domingo, 23 de agosto de 2020

Otra experiencia (Una buena experiencia)


G. había sido predicador en varias iglesias. Todas cristianas, hasta donde sé. Las cosas le iban bien, por lo general, pero solo hasta que alguien de la congregación moría y G. debía encargarse del discurso fúnebre o de alguna forma se refería a dicha muerte en el sermón dominical. Y es que la muerte le molestaba. Lo indignaba, incluso. Se le notaba en la voz, en el ritmo y en las palabras que terminaba diciendo. No aceptaba, digamos, que había que morir. O le molestaba no comprender el porqué, pienso ahora. Entonces el discurso se transformaba en un reclamo. Uno que se hacía incluso a Dios o a quién fuese que se le había ocurrido inventar aquello. Aquello era la muerte, por supuesto. Eso que llegaba antes que comprendiéramos del todo, según él. Nadie debiese morir antes de que comprendamos para qué, decía G. Recalcaba el para qué. Luego se enojaba más y a veces se le escapaba alguna palabrota. Entonces, los fieles se sorprendían y lo comentaban con algún superior. Luego, G. cambiaba de congregación, o incluso de iglesia, dependiendo del reclamo. Cuando esto ocurría, no se sabía de él por un tiempo. Después, por supuesto, se repetía el ciclo. Yo lo escuché un par de veces, por cierto, por eso lo contabilizo como una experiencia. Una buena experiencia, por cierto.

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