lunes, 24 de agosto de 2020

Ojos que no ven.


I.

Nunca entendí el dicho ese de ojos que no ven, corazón que no siente.

Me lo repetía una y otra vez, pero no lograba encontrarle el sentido.

Me avergonzaba pedir que me lo explicaran, pero alguna vez lo hice.

Me dijeron que lo pensara al revés: ojos que ven, corazón que siente.

Y lo hice.

O intenté hacerlo, más bien.

Ahora dalo vuelta, me dijeron.

Obedecí.

Pero no entendí ni mierda.


II.

Con el tiempo, lo entendí, por supuesto.

Pero ya viejo.

Era algo tan simple y burdo que no lograba entender cómo se me había escapado.

Quizá eso, me llevó a pensar en por qué era yo, en esos años, incapaz de entender esa frase tan simple.

Concluí que nunca asocié la idea del engaño, o el sufrimiento provocado por el engaño, con algo que pudiese verse.

Supongo que sentía que uno igual sabía, aunque no viera.

Sí, eso era:

El corazón siempre sabía.

Y sentía siempre.


III.

Ojos que no ven no son ojos.

Corazón que no siente, no es corazón.

Pueden ser cursilerías, tal vez, pero me parecen frases verdaderas.

Y es que el daño más profundo es justamente aquel que nos hacemos cuando no queremos ver.

Es un derecho, por supuesto… no lo niego.

No sentir, no ver… y todas esas frases que pueden servir para finalizar un texto adolescente.

No ver… no sentir, decía.

Y entonces el final.

Abrupto y torpe, el final.

Como si no lo fuera.

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