En una isla de la Polinesia
existe hasta el día de hoy una tribu
que adora un árbol que entrega
frutos inútiles
año a año.
Así,
sucede que cada 6 meses
realizan una ceremonia
en que recolectan aquellos frutos
y se obtiene un número sagrado
cuya utilidad, por lo demás,
se desconoce.
Los frutos recolectados,
por cierto,
son enterrados en sacos,
pues al no contener semillas
tampoco resulta peligrosa
-ni posible-,
la sobrepoblación de la especie
como resultado de este acto.
De todas formas, los frutos,
no son combustibles
ni sirven de comida
o fertilizante,
ni tienen claramente
ningún otro tipo de utilidad
que el ser adorados.
Por si fuera poco
la sacerdotisa principal
de aquella tribu
debe ser obligatoriamente
una mujer estéril,
y las figuras que representan a su Dios,
del mismo modo,
dan cuenta de un ser sin ojos
ni oídos,
que dejó de moverse y conmoverse
ante el mundo
que lo llamaba.
(…)
Ahora bien,
no sé si quedó claro
que lo anterior es cierto…
Pero aunque no lo fuese,
-o usted lo dude, al menos-,
lo importante es ver en ello
esta tranquila manifestación de indolencia,
una adoración quieta a un Dios
cuya existencia poco tiene que ver
con la satisfacción
de nuestras propias necesidades.
Por lo mismo,
y a pesar de lo absurdo que puede parecer,
siento por un momento
al leer sobre esta tribu,
que ellos han llegado a ejecutar
una forma de amor-adoración
totalmente desinteresada.
Y es que no hay promesas.
Ni hay buenos frutos.
Ni tampoco hay nadie que los escuche
o que les entreguen palabras
que puedan servir al menos,
como guía…
Sin embargo,
y a pesar de todas esas ausencias,
siento que me invade
(al ver las imágenes de esa gente)
una sensación que es paz,
certeza y tranquilidad,
en un solo instante…
Después de todo,
sé lo que va a pasar con nosotros
al final de todo esto…
y haberlo descubierto de antemano
no puede considerarse
-comprendo ahora-,
en modo alguno una derrota…
Discúlpenme si lo transmití así
y me dejé caer
en algún instante…
Me comprometo a tratar
con más fuerza y responsabilidad
que no vuelva a repetirse.
existe hasta el día de hoy una tribu
que adora un árbol que entrega
frutos inútiles
año a año.
Así,
sucede que cada 6 meses
realizan una ceremonia
en que recolectan aquellos frutos
y se obtiene un número sagrado
cuya utilidad, por lo demás,
se desconoce.
Los frutos recolectados,
por cierto,
son enterrados en sacos,
pues al no contener semillas
tampoco resulta peligrosa
-ni posible-,
la sobrepoblación de la especie
como resultado de este acto.
De todas formas, los frutos,
no son combustibles
ni sirven de comida
o fertilizante,
ni tienen claramente
ningún otro tipo de utilidad
que el ser adorados.
Por si fuera poco
la sacerdotisa principal
de aquella tribu
debe ser obligatoriamente
una mujer estéril,
y las figuras que representan a su Dios,
del mismo modo,
dan cuenta de un ser sin ojos
ni oídos,
que dejó de moverse y conmoverse
ante el mundo
que lo llamaba.
(…)
Ahora bien,
no sé si quedó claro
que lo anterior es cierto…
Pero aunque no lo fuese,
-o usted lo dude, al menos-,
lo importante es ver en ello
esta tranquila manifestación de indolencia,
una adoración quieta a un Dios
cuya existencia poco tiene que ver
con la satisfacción
de nuestras propias necesidades.
Por lo mismo,
y a pesar de lo absurdo que puede parecer,
siento por un momento
al leer sobre esta tribu,
que ellos han llegado a ejecutar
una forma de amor-adoración
totalmente desinteresada.
Y es que no hay promesas.
Ni hay buenos frutos.
Ni tampoco hay nadie que los escuche
o que les entreguen palabras
que puedan servir al menos,
como guía…
Sin embargo,
y a pesar de todas esas ausencias,
siento que me invade
(al ver las imágenes de esa gente)
una sensación que es paz,
certeza y tranquilidad,
en un solo instante…
Después de todo,
sé lo que va a pasar con nosotros
al final de todo esto…
y haberlo descubierto de antemano
no puede considerarse
-comprendo ahora-,
en modo alguno una derrota…
Discúlpenme si lo transmití así
y me dejé caer
en algún instante…
Me comprometo a tratar
con más fuerza y responsabilidad
que no vuelva a repetirse.
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