jueves, 24 de noviembre de 2011

Ella tenía un ratón blanco.

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“-Es un desastre, -dijo Chick-,
habría que llamar al arquitecto”.
Boris Vian
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I.

Ella aseguraba que tenía un ratón dentro. Un ratón blanco.

Quizá por eso –por ser blanco-, la situación no parecía serle tan incómoda, pues un ratón blanco es, después de todo, un animalito simpático -y hasta limpio-, si nos dejamos llevar por la superficie, por supuesto.

Nosotros conversábamos con ella y, de vez en cuando, deteníamos el diálogo y ella nos indicaba dónde había sentido el ratón en ese instante.

-Lo sentí recién en mi pierna derecha –decía, por ejemplo. Y nosotros nos mirábamos como aceptando sus palabras, sin cuestionarnos demasiado todo aquello.

Y es que ella era tan linda, pensábamos, tan encantadoras sus historias y todo lo que nos transmitía, que cuestionar aquello habría sido como poner en duda una especie de ideal, o ensuciar un poco lo que sentíamos por ella, que no dejaba de ser una de las pocas cosas agradables, que teníamos por ese entonces.

Sin embargo, con el paso de tiempo la situación empeoró. Es decir, ella comenzó a obsesionarse con la idea del ratón, y el asunto resultó ser más serio de lo que creíamos.

-Vian –me dijo un día, en que estuvimos a solas-, aunque sea blanco el ratón que tengo es un demonio…

-¿A qué te refieres? –le pregunté.

-A que me está comiendo dentro, Vian… cada día me encuentro más vacía… es como si el ratón ese buscara hacerse espacio, y yo me fuese quedando sin nada.

-¿Sin nada?

-Sí… como con menos de mí misma adentro…

Y claro, yo no sabía bien qué decirle, pero como la veía cada día un poco más triste, al final terminé por recomendarle alguna estupidez, como ir al médico o hacerse exámenes, o algo por el estilo.

-Eso no sirve de nada –me dijo entonces, refiriéndose a mis consejos-. Ellos han buscado y no encuentran nada, y aunque no lo creas yo sé que el ratón existe de una forma especial…

-¿Imaginariamente…? –me aventuré a decir.

-No. No se trata de eso –me corrigió, algo molesta-, el ratón es real, solo que su realidad, digamos, solo puede medirse por otros parámetros…

-¿Y entonces no puedes hacer nada?

-Puedo, pero tienes que ayudarme –me dijo-.

-¿Y qué debo hacer? –pregunté.

-Ayúdame a tragar un gato –me respondió entonces, de lo más seria.


II.

Debo reconocer que pensé mucho qué hacer ante aquella petición. Pero al final, decidí que intentar aquello era menos peligroso que encontrarla muerta tras tragar veneno para ratas, o algo parecido.

-Tengo un plan –me dijo entonces. Y lo explicó.

Su plan consistía en tomar un gato recién nacido, y, tras sedarse, hacer que el animal entrase en su organismo, a través de la garganta.

-Debes fijarte que no haya dificultades y que el gato no resulte dañado –me explicaba- y además, debes meterlo amarrado con un hilo y preocuparte de sacarlo.

-¿Cómo Ariadna?

-Sí. Tú envías a Teseo y te preocupas de que regrese, para no estar tragándome un perro más adelante y que el asunto se vuelva como la canción esa...

-¿Cuál canción? –pregunté entonces.

Pero ella no respondió.


III.

Con todo, fueron pasando los días y el plan nunca llegaba a ejecutarse.

No es que yo creyera que fuera posible, pero pensé que al menos ella iba a aparecer con un gato pequeño y me iba a pedir que la ayudara.

Pero no fue así.

En cambio, tras unas cuantas semanas me llegó un mail con noticias de ella.

“Ya es tarde –decía el mail-. El ratón terminó de comerse todo y solo me queda desaparecer. Sé que puede resultar extraño, pero en el fondo es simple: se comió todo”.

Y bueno… yo no entendí bien el mail, y esperé por un tiempo que llegara otro, pero al final terminé yo mismo enviando una gran cantidad de mensajes, sin obtener respuesta.

-¿Y no tienes cómo ubicarla? –me decían mis amigos.

Y yo decía que no. Que el mail. Que un teléfono que no contestaba. Que no tenía cómo, en definitiva.

Por último, sucedió que a mí mismo comenzó a obsesionarme aquel asunto y hasta intenté buscarla –infructuosamente-, unas cuantas veces.

Así, finalmente –porque todo ha de tener un final, supongo-, ocurrió que en la última búsqueda encontré algo: un pequeño ratón blanco.

Y bueno… el animal se acercó a mí, como si me conociera, e ingresó en uno de mis bolsillos, como si hubiese recorrido el lugar, de antemano.

Ahora, que han pasado años desde lo que cuento, he de confesar que el ratón se murió a los pocos días, ahogado en uno de mis bolsillos, y que extrañamente cuando saqué el cuerpo, este se había vuelto negro.

¿Y saben…?

Quizá sea un mal final para aquello que quería contarles… pero lo cierto es que nunca logré comprender si aquella historia, encerraba o no, alguna enseñanza.

1 comentario:

  1. Me hubiera gustado que el ratón blanco se hubiera quedado así, habitando tu bolsillo...pero la vida real no es como los cuentos! jejejee
    Un abrazo

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