En casa de tía Ruth podías descubrir cosas. Fotos viejas entre los libros, historias que contaba mi abuela y hasta una pieza con trozos de género y otros cachureos que se iban apilando sobre el suelo o en algunos muebles viejos.
Un día, sin embargo, descubrí algo que me impactó, y que me obsesionó de tal forma que guardé el secreto como si de verdad hubiese sido algo importante. Se trataba de uno de esos papeles con pegamento que sirven para atrapar moscas.
Yo no los conocía hasta ese entonces y lo cierto es que no lograba comprender para qué servían ni tampoco lograba asociarlos con ninguna de las personas que vivían en aquella casa.
Es decir, no me imaginaba ni a mi tía, ni a mi abuela ni al esposo de mi tía poniendo ese papel con el fin de capturar unas cuantas moscas. No sé por qué, pero recuerdo que en ese entonces me pareció algo fuera del sentido de las acciones de aquella casa.
Pero bueno, lo cierto es que todos los días encontraba un momento para acercarme hasta ese cuarto y vigilaba qué había pasado con las moscas atrapadas.
Y claro, fue entonces cuando descubrí que además de ser atrapadas las moscas se morían sobre aquel papel, y todo me pareció aún más extraño.
Y es que ¿podía uno llegar a morir incluso, por quedarse pegado…?
Recuerdo que yo me preguntaba eso casi obsesivamente. Analizaba la situación, buscaba algunas hipótesis.
“Mueren por que no pueden ir a comer ni a beber, no por estarse quietas”, me dije. Y eso me tranquilizó un poco.
Con todo, y quién sabe si para comprobarlo, un día en que una mosca acababa de ser atrapada me dispuse a dejarle algo de beber y de comer cerca. Así, pensaba, iba a comprobar realmente si las moscas morían solamente por estarse quietas o era más bien un asunto de alimentación.
A las horas, sin embargo, la mosca estaba muerta, y la teoría que decía que la quietud era la causante de la muerte comenzó a abrirse paso, y asustarme.
Y es que aquello parecía formar parte de esas cosas que ningún adulto te decía. Un secreto que estaba dentro de un cuarto cerrado, lleno de cachureos y al que nadie hacía referencia alguna.
“Si no te mueves, te mueres”, decía ese secreto, sin palabras.
Y así, a medida que el papel se iba llenando de moscas muertas, en las noches sus fantasmas parecían dar vueltas al interior de mi cabeza y traerme estas ideas.
Y claro, ocurrió entonces que el tiempo en casa de tía Ruth debía acabar, y uno -que había llegado a rozar la comprensión con aquel descubrimiento-, pasaba a sentirse ahora como pegado en otro papel. Un papel más amplio y sin significado alguno, por cierto, donde uno mismo permanecía como un signo incomprensible, y único.
-¿Vienes por las moscas? –me dijo sorpresivamente mi abuela, el día en que me despedía.
Yo la miré y no supe qué contestarle. Aunque entendí, claramente, que comprendía todo lo que ahí sucedía.
-No hay nada que hacer por aquellas moscas –siguió mi abuela-, ellas ya están pegadas o muertas, o simplemente en proceso… pero tú, fíjate en ti…, esa es tu tarea...
Luego, mientras sonreía, habló sobre algo referido a mis libros. A mis vacaciones llenas de libros. Y hasta me contó una historia que nunca supe si era, interiormente, un poema o un chiste, y que hablaba sobre el paso del tiempo.
Así, finalmente, me fui de casa de tía Ruth y volví a casa de mis padres, desde donde también me fui, con el tiempo.
Y claro, pasaron los años y mi abuela murió. Y en pocos más morirán mis tíos. Y mis padres. Y supongo que cuando pasen algunos otros hasta yo me sumaré al ruedo…
¿Y saben…? No digo que haya que evitar esto… pero supongo que hay que fijarse al menos dónde nos vamos quedando, en el intertanto…
¿Será tan simple, todo esto?
¿Será tan triste?
Un día, sin embargo, descubrí algo que me impactó, y que me obsesionó de tal forma que guardé el secreto como si de verdad hubiese sido algo importante. Se trataba de uno de esos papeles con pegamento que sirven para atrapar moscas.
Yo no los conocía hasta ese entonces y lo cierto es que no lograba comprender para qué servían ni tampoco lograba asociarlos con ninguna de las personas que vivían en aquella casa.
Es decir, no me imaginaba ni a mi tía, ni a mi abuela ni al esposo de mi tía poniendo ese papel con el fin de capturar unas cuantas moscas. No sé por qué, pero recuerdo que en ese entonces me pareció algo fuera del sentido de las acciones de aquella casa.
Pero bueno, lo cierto es que todos los días encontraba un momento para acercarme hasta ese cuarto y vigilaba qué había pasado con las moscas atrapadas.
Y claro, fue entonces cuando descubrí que además de ser atrapadas las moscas se morían sobre aquel papel, y todo me pareció aún más extraño.
Y es que ¿podía uno llegar a morir incluso, por quedarse pegado…?
Recuerdo que yo me preguntaba eso casi obsesivamente. Analizaba la situación, buscaba algunas hipótesis.
“Mueren por que no pueden ir a comer ni a beber, no por estarse quietas”, me dije. Y eso me tranquilizó un poco.
Con todo, y quién sabe si para comprobarlo, un día en que una mosca acababa de ser atrapada me dispuse a dejarle algo de beber y de comer cerca. Así, pensaba, iba a comprobar realmente si las moscas morían solamente por estarse quietas o era más bien un asunto de alimentación.
A las horas, sin embargo, la mosca estaba muerta, y la teoría que decía que la quietud era la causante de la muerte comenzó a abrirse paso, y asustarme.
Y es que aquello parecía formar parte de esas cosas que ningún adulto te decía. Un secreto que estaba dentro de un cuarto cerrado, lleno de cachureos y al que nadie hacía referencia alguna.
“Si no te mueves, te mueres”, decía ese secreto, sin palabras.
Y así, a medida que el papel se iba llenando de moscas muertas, en las noches sus fantasmas parecían dar vueltas al interior de mi cabeza y traerme estas ideas.
Y claro, ocurrió entonces que el tiempo en casa de tía Ruth debía acabar, y uno -que había llegado a rozar la comprensión con aquel descubrimiento-, pasaba a sentirse ahora como pegado en otro papel. Un papel más amplio y sin significado alguno, por cierto, donde uno mismo permanecía como un signo incomprensible, y único.
-¿Vienes por las moscas? –me dijo sorpresivamente mi abuela, el día en que me despedía.
Yo la miré y no supe qué contestarle. Aunque entendí, claramente, que comprendía todo lo que ahí sucedía.
-No hay nada que hacer por aquellas moscas –siguió mi abuela-, ellas ya están pegadas o muertas, o simplemente en proceso… pero tú, fíjate en ti…, esa es tu tarea...
Luego, mientras sonreía, habló sobre algo referido a mis libros. A mis vacaciones llenas de libros. Y hasta me contó una historia que nunca supe si era, interiormente, un poema o un chiste, y que hablaba sobre el paso del tiempo.
Así, finalmente, me fui de casa de tía Ruth y volví a casa de mis padres, desde donde también me fui, con el tiempo.
Y claro, pasaron los años y mi abuela murió. Y en pocos más morirán mis tíos. Y mis padres. Y supongo que cuando pasen algunos otros hasta yo me sumaré al ruedo…
¿Y saben…? No digo que haya que evitar esto… pero supongo que hay que fijarse al menos dónde nos vamos quedando, en el intertanto…
¿Será tan simple, todo esto?
¿Será tan triste?
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