sábado, 11 de agosto de 2012

Donde se señala la mejor forma de mirar las estrellas y se revela cuál fue el peor mal que le pudo ocurrir al hombre.


“-¿Quién es ella? –pregunté.
-Es María -me respondieron.
Entonces me tranquilicé.”


Intentar explicar y nombrar el mundo ha sido lo peor que le pudo pasar al hombre. Y no es que me olvide de las guerras o deje de lado esas historias de miserias y catástrofes con las que acostumbramos caricaturizar nuestras equivocaciones y desgracias.

Lo que pasa es que al nombrar el mundo también vamos poniendo límites, llamando de una forma establecida, a algo que no es, por definición, otra cosa. Y es aquí, entonces, donde se origina el error del que les hablaba.

Y es que si bien puede sonar extraño -sobre todo porque esto es algo que no acostumbramos imaginar de otra forma-, lo cierto es que al mismo tiempo en que empezamos a nombrar el mundo, iniciamos también la división de nuestros afectos… Es decir, pasamos a elegir qué es lo que nos resulta amable (y qué no), alejándonos así de la idea de totalidad y del amor por la totalidad, que es, en definitiva, la única forma de amor verdadero.

Y claro, es teniendo en cuenta lo anterior, que me atrevo a pronunciar un error de importancia que existe en la forma en que miramos las estrellas, y que se relaciona directamente con esta idea de nombrar aquello que nos rodea, inventándonos una necesidad que en realidad no existe.

¿Por qué digo esto?

Porque existe un error fundamental en la forma en que enseñamos a nuestros hijos a mirar las estrellas, y dicho error incide también en la forma en que nos miramos los unos a los otros, definiendo nuestras necesidades.

Por esto, me atrevo a decirles que no busquen constelaciones. Nada de medir distancias ni de enseñar a vuestros hijos los nombres de las estrellas y agrupaciones estelares… Dejen mejor que descubran ese eco intraducible y que comprendan así, de paso, que a veces es necesaria esa ausencia de signos para lograr una comprensión verdaderamente significativa, y cercana.

De esta forma, rompan los cercos de las estrellas, desátenlas de esas sogas con que algunos buscaron amansarlas y extraer –o reducir, más bien-, su significado.

Ese no es el camino para comprender nada.

Así, no hagan como aquellos que van al doctor solo para saber el nombre de su enfermedad, sin que les importe realmente saber de dónde vino…

No constelen sus emociones…

No intenten definirse, rígidamente, ustedes mismos…

Y es que es por eso, en definitiva, que mueren las estrellas.

Y es por eso, también, que nos olvidamos de mirarlas.

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