“-¿Quién
es ella? –pregunté.
-Es
María -me respondieron.
Entonces
me tranquilicé.”
Intentar explicar y nombrar el mundo ha sido lo
peor que le pudo pasar al hombre. Y no es que me olvide de las guerras o deje
de lado esas historias de miserias y catástrofes con las que acostumbramos
caricaturizar nuestras equivocaciones y desgracias.
Lo que pasa es que al nombrar el mundo también vamos
poniendo límites, llamando de una forma establecida, a algo que no es, por
definición, otra cosa. Y es aquí, entonces, donde se origina el error del que
les hablaba.
Y es que si bien puede sonar extraño -sobre todo
porque esto es algo que no acostumbramos imaginar de otra forma-, lo cierto es
que al mismo tiempo en que empezamos a nombrar el mundo, iniciamos también la división de nuestros afectos… Es decir,
pasamos a elegir qué es lo que nos resulta amable (y qué no), alejándonos así de
la idea de totalidad y del amor por la
totalidad, que es, en definitiva, la única forma de amor verdadero.
Y claro, es teniendo en cuenta lo anterior, que me
atrevo a pronunciar un error de importancia que existe en la forma en que miramos
las estrellas, y que se relaciona directamente con esta idea de nombrar aquello
que nos rodea, inventándonos una necesidad que en realidad no existe.
¿Por qué digo esto?
Porque existe un error fundamental en la forma en
que enseñamos a nuestros hijos a mirar las estrellas, y dicho error incide también
en la forma en que nos miramos los unos a los otros, definiendo nuestras
necesidades.
Por esto, me atrevo a decirles que no busquen
constelaciones. Nada de medir distancias ni de enseñar a vuestros hijos los
nombres de las estrellas y agrupaciones estelares… Dejen mejor que descubran
ese eco intraducible y que comprendan así, de paso, que a veces es necesaria
esa ausencia de signos para lograr una comprensión verdaderamente
significativa, y cercana.
De esta forma, rompan los cercos de las estrellas,
desátenlas de esas sogas con que algunos buscaron amansarlas y extraer –o reducir,
más bien-, su significado.
Ese no es el camino para comprender nada.
Así, no hagan como aquellos que van al doctor solo
para saber el nombre de su enfermedad, sin que les importe realmente saber de
dónde vino…
No constelen sus emociones…
No intenten definirse, rígidamente, ustedes mismos…
Y es que es por eso, en definitiva, que mueren las
estrellas.
Y es por eso, también, que nos olvidamos de mirarlas.
Suscribo y aplaudo...
ResponderEliminar=)