Si un hombre fuera un ratón uno nunca podría
atraparlo en una trampa para ratones. Y es que un hombre siempre quiere ser
algo distinto a lo que es y hasta suele actuar conforme a ese deseo,
olvidándose de su naturaleza.
Aún así, alguien podría objetar que si un hombre
fuese un ratón, no tendría por qué seguir queriendo lo que quiere un hombre,
pues ya habría dejado de serlo, al pasar a ser ratón.
Sin embargo, más allá de lo superficialmente lógica
que pueda parecernos esta afirmación, lo cierto es que el deseo de ser algo
distinto a lo que se es, sobrevive en el hombre más allá de la forma de
existencia que este tome.
Lo anterior, debido a que ese deseo primario no
responde, como podríamos creer, al deseo de un cambio, sino más bien a la
necesidad de un descubrimiento.
Ahora bien, ¿qué es lo que el hombre quiere
descubrir, finalmente?
Sencillo: el hombre quiere descubrir que es
distinto a lo que es.
Y es que la necesidad de descubrirnos como algo que
excede nuestra actual forma de existencia, puede conducir al hombre al
encuentro de su verdadero ser, y hasta a la manifestación última de sus
verdaderas creencias.
(La necesidad de descubrirnos y no necesariamente
el descubrirnos, aclaro, antes de terminar).
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