jueves, 26 de diciembre de 2019

Un policía me pide el carnet.


Un policía me pide el carnet. Tras buscarlo descubro que no lo llevo conmigo. Entonces el policía llama a otro policía. Ambos me piden nuevamente el carnet. Que lo busque de nuevo, me dicen. Sé que es absurdo, pero lo hago. Lo busco entre mis ropas y en la mochila, pero solo encuentro un polerón, una botella con agua y algunos libros. Ellos apenas me prestan atención. Conversan a mi lado, mientras busco, sobre cualquier tema que no soy yo. Les aviso que terminé de buscar y les comento que no encontré el carnet, y que lo más probable es que lo haya dejado en casa. Eso es malo, dice uno. Debe andar con el carnet, dice el otro. Me piden algunos datos que registran en una libreta, descuidadamente. Extrañamente no me piden el nombre. Luego me dicen que vuelva a buscar, mientras deciden qué hacer conmigo. Ahora busca bien, dice el primero, como si quisieras encontrarlo. Vacía la mochila y deja las cosas en el suelo, dice el otro. Como dudo en hacerlo me observan molestos.  Creo que voy a tener que llamar a la patrulla, comenta a uno, luego de un rato. Lo escucho llamar, por radio, y dar un código. Yo comienzo a vaciar la mochila, poniendo las cosas en el suelo. Mi polerón. La botella con agua. Dos libros. También encuentro un par de lápices y unas monedas. ¿Por qué dos libros?, me pregunta entonces un policía. Se leen de a uno, dice el otro. Yo los miro y pienso en preguntarles por qué dos policías, pero finalmente no lo hago. No sé bien, digo finalmente, a ratos avanzo en uno y de pronto en otro. Ellos se miran como analizando mi respuesta. Dos libros y ningún carnet, dice entonces uno, con tono enérgico. Guarda tus hueás y ándate, agrega el otro. Tras esto, los policías me dan la espalda, ignorándome. Recojo mis cosas y las guardo en la mochila. No saben quién soy, me digo, mientras me alejo del lugar. No tienen cómo saberlo.

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