miércoles, 11 de diciembre de 2019

Un hoyo, pero después un túnel.


Hago un túnel, en mi casa.

O sea, hago un hoyo, pero después un túnel.

No sé bien cómo explicarlo: pero hubo un rayo antes de eso.

Justo antes, me refiero, hubo un rayo.

En el momento exacto en que el hoyo comenzó a ser túnel vino el rayo.

Me enredo un poco, al contarlo, pero intentaré ordenarme:

Yo estaba en el hoyo, cavando.

Entonces fue que llegó el rayo.

Y en la pala, dentro del hoyo, se reflejó el rayo.

En ese mismo instante, por cierto, yo comenzaba a transformar el hoyo en túnel.

Dejé de avanzar hacia el fondo, digamos, y comencé un camino.

No sé hacia dónde ni hacia qué, pero debía desembocar en algún sitio.

No es fácil hacer un túnel.

Tampoco lo es cavar un hoyo, pero es más difícil hacer un túnel.

Debías poner soportes, por ejemplo, para no ser atrapado, bajo un derrumbe.

Usar otras herramientas, tomar medidas, hacer cálculos, trazar planos…

Todo eso hice, por cierto, y el túnel avanzaba, poco a poco, cada semana.

Según mis cálculos, ya debía haber salido del terreno de mi casa, y estaba, probablemente, bajo la casa de un vecino.

Así lo creí cuando comencé a hacer una salida, hacia la superficie.

Esto también tiene grandes dificultades, pero no entraré en detalles.

Mencionaré, sin embargo, la sorpresa que sentí al verme otra vez en el mismo patio.

Veinte metros de túnel, en resumen, para salir a poca distancia del hoyo de entrada.

Salí frustrado, entonces, luego de meses de trabajo, y entré en la casa.

Me duché tres veces, para quitarme el olor de la tierra.

Algo parecía distinto, lo admito, pero no sabría decir qué.

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