jueves, 3 de noviembre de 2022

Niños en el ascensor.


I.

No debe haber niños en el ascensor.

No niños solos, al menos.

Cuando los dejan solos se ponen a jugar con los botones y dañan su funcionamiento.

Suben y bajan sin necesidad real de ir a sitio alguno.

Ya sabe lo que pasa: luego nadie se hace responsable.


II.

Yo trabajaba de conserje por aquel entonces.

Leía libros, habría puertas, respondía algunas preguntas.

Un trabajo agradable salvo por la indicación esa.

Las de los niños en el ascensor.

Si descubría alguno debía hacerlo salir y averiguar el departamento en el que vivía.

Creo que tenían acordada una multa, que luego cobraban a los padres del niño.

Debí sacar al menos a doscientos, mientras trabajé allí.

No es que vivieran doscientos niños, sino que algunos se repetían.

Yo los anotaba por el número del departamento, simplemente.

Nunca por el nombre.

También debía de guardar las grabaciones de las cámaras, como respaldo.



III.

A pesar de lo incómodo que resultaba esa tarea, lo cierto es que no tuve mayores problemas al desempeñarla.

Nunca, salvo la vez en que me confundí e hice bajar del ascensor a la pareja de enanos que vivía en el 603.

Por otro lado, también estaban las apariciones de dos niños, que a veces hacían funcionar el ascensor en los turnos nocturnos, sin que quedase registro en los videos.

Nunca me dieron miedo a pesar de sus risas y lo molestos que eran cuando se acercaban a verme.

Los otros conserjes que hacían turnos de noche, también los habían visto, pero lo cierto es que nunca nos detuvimos a hablar de aquello.

Una noche, sin embargo, la molestia de los niños sobrepasó los límites, y uno de ellos terminó clavándome sus dientes en una mano.

Esa vez, me quedaron unas pequeñas heridas que demoraron en cicatrizar.

Se pelearon esa vez, por cierto, pues el que no me mordió terminó arrastrando al niño que me había mordido y lo encerró en el cuarto en que estaba la caldera.

Se oyeron gritos, esa vez.

Y yo decidí no volver a aquel trabajo.


IV.

A pesar que esto ocurrió hace muchos años, a veces me acuerdo de ese periodo, y resuena en mí la regla de oro:

No debe haber niños solos en el ascensor.

Y es extraño, pero cuando me repito aquella regla, parece ahora de lo más sensata.

No por prevenir el daño del ascensor, si soy sincero.

Sino más bien, para prevenir otro tipo de daño.

Y eso, por cierto, me entristece.

Así y todo, lo que más me aflige de la situación es que no puedo dudar de su veracidad.

Y es que, en lo esencial al menos, todo resultó ser cierto:

Nadie se hacía responsable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales