jueves, 17 de noviembre de 2022

Un chiste sobre un oso.


Un oso.

Una vez escuché un chiste sobre un oso.

Era un chiste tan malo que no lo cuento ahora, por respeto.

Lo escuché en un bar de Barcelona.

Yo estaba comiendo patatas bravas y tomando cerveza.

El chiste fue tan malo que por vergüenza ajena, casi me ahogué.

Bajé la vista, recuerdo.

Tosí y respiré hondo, para recuperar el aliento.

El tipo intentó con un par de chistes más, pero traté de no escucharlos.

Igualmente aplaudieron unos cuantos, al terminar.

No era tan malo, me dijo entonces una chica.

Era otra de las supuestas artistas con las que bebíamos esa noche.

Yo la contradije.

No sé exactamente lo que dije, pero hablé mal del humor de aquel tipo.

Las chicas de la mesa se molestaron.

Si tienes mejores chistes sal tú al escenario, me dijeron.

Una incluso se paró y casi gritó en medio del bar, para que todos escucharan.

El tío de acá dice que sabes mejores chistes, dijo.

Se cree mejor que el anterior, ¿por qué no le pedimos que lo demuestre?

Varios en el bar se pusieron a aplaudir y a instarme a que subiera.

Tu cuenta es gratis si nos haces reír, dijo por micrófono el dueño del bar.

Pasaron unos segundos y la presión iba en aumento.

Fue tanta que, finalmente, decidí subir al escenario y tomar el micrófono.

Soy Vian, les dije.

Como a varios de acá parecen gustarles los chistes de osos voy a contarles uno, seguí.

Entonces, repetí el pésimo chiste del oso que había contado el otro tipo.

Palabra por palabra, lo repetí.

Solo cambié el tipo de oso de mi chiste, diciendo que en mi historia se trataba de un panda.

Nadie rio, por supuesto.

Algunos, incluso, abuchearon.

También me sé otro, dije entonces. Este sí les va a gustar.

Y para la sorpresa/molestia de los otros, volví a contar el mismo chiste, pero esta vez con un oso hormiguero.

Se hizo silencio en el lugar.

Varios pretendieron ignorarme.

Los reclamos comenzaron  después, luego de contar las versiones del oso malayo y la del oso polar.

Para contar la versión del oso perezoso tuve que alzar la voz, pues me habían apagado el micrófono.

Los guardias llegaron poco después, justo cuando empezaba a inventarme a un supuesto oso de bengala, pues ya no recordaba más versiones.

No me golpearon ni fueron agresivos, pero igualmente me llevaron hasta la salida del local.

Un poco mareado, caminé largo rato hasta el hostal en que me alojaba.

No son justos, repetía, mientras caminaba.

Inconsecuentes.

En la hostal, me puse a conversar con la recepcionista nocturna, que también era chilena.

Estaba leyendo un cuento para niños, escrito en francés.

¿Salen osos en el libro?, le pregunté.

Ella sonrió y me dijo que no.

Es que acabo de aprender un chiste sobre un oso, comenté.

Ella pareció entusiasmada y me observó expectante, esperando a que lo contara.

Fue entonces que, observándola, me di cuenta que era linda.

Tanto que me apenó contarle ese chiste tan malo.

Sus ojos brillaban y pensé que no se merecía aquello.

Avergonzado, miré hacia otro lado y le dije secamente que me iría a acostar.

No volví la vista.

Por si fuera poco, como me fui al otro día, tampoco volví a verla.

Ya han pasado muchos años, desde entonces.

Así y todo, nunca olvidé su rostro, ni tampoco al chiste del oso.

Algunas veces, cuando por alguna razón siento deseos de contarlo, recuerdo a aquella chica, y vuelvo a guardar silencio.

En este sentido, podría decir que su mirada, también los salvó a ustedes, de escucharlo.

Con todo, es probable que alguien más perspicaz que el resto, ya haya descubierto el chiste.

Si ha sido así, me disculpo de antemano por cualquier tipo de daño, que pudiese causar.

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