martes, 15 de noviembre de 2022

Algunos dibujan catedrales.


Algunos dibujan catedrales.

Se sientan frente a ellas -o desde algún costado-, e intentan la hazaña.

De vez en cuando con carboncillo.

Otros con óleos y pincel, directamente sobre tela.

No son pocos, aquellos que lo hacen.

Siempre hay uno, al menos, junto a toda catedral.

Capturándolas, de alguna forma.

O intentando, al menos, poder hacerlo.

Monet, por ejemplo.

Cientos de intentos.

Sin exagerar, cientos de intentos.

Y solo retrató, a fin de cuentas, una catedral que no era nunca la misma.

Siempre huyendo entre la luz que cambiaba, a distintas horas del día.

Pero claro, aquí no se trata de Monet.

Acá hablamos de un plural.

Hablamos de aquellos que dibujan –o pintan-, catedrales.

De todos aquellos que lo hacen.

No sé si se han fijado en ellos.

Yo sí.

Todos siguen, más o menos, las mismas directrices.

No las detallaré, pero menciono una que puede parecer extraña:

No entran a las catedrales.

Ninguno de ellos entra a las catedrales.

Las retratan desde fuera.

A una distancia que podríamos llamar “respetuosa”.

Aunque por supuesto no es eso.

No entran por una razón que he aprendido a comprender y que hoy, incluso, comparto.

No intentaré transmitirla, pero algunos aspectos son claros.

Dolorosamente claros.

Parte de esa razón, por cierto, es el miedo.

Una pequeña parte, es cierto, pero eso es a fin de cuentas, lo que marca la distancia.

Entendido así –incluso sin pintar ni dibujar-, yo mismo soy otro de los que pintan catedrales.

Cada día, de hecho, pinto catedrales.

Infaltablemente pinto catedrales.

Todo, en parte, por no entrar.

Todo, en parte, por dar lo que no tengo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales