viernes, 18 de noviembre de 2022

Les gustaba pasear por la ciudad.


Les gustaba pasear por la ciudad. Al mediodía, generalmente. Eran de esos hombres que se toman en serio los rascacielos. Caminaban así, mirando hacia lo alto, comentando de vez en cuando alguna cosa. También se detenían, en ocasiones, cuando el ángulo de la luz no les dejaba ver claramente la construcción que observaban. Vestían bien. Hablaban y gesticulaban correctamente. No se fijaban en nada más. Nada más merecía su comentario. No los distraía el ruido de los autos, pero sí el de los aviones. Toda su atención estaba puesta en un nivel distinto. En un nivel ajeno, incluso, a ellos. O al cuerpo de ellos, al menos. Cuerpos que por cierto no eran muy distintos al cuerpo de los otros, que desplazaban su vista de forma horizontal, en aquella misma ciudad.

¿Los van a atropellar?

¿Pasarán por alto algo que podría haber transformado sus vidas?

¿O tropezarán simplemente con algo y ahí estará la moraleja?

Nada de eso.

Una historia, de hecho, no debiese centrarse o rematar con aquellas frivolidades.

Los veremos avanzar, simplemente. Los veremos observar una y otra vez las ventanas más altas como si pudiesen verse a ellos mismo al otro lado de ellas.

Los veremos no estar donde están.

Desaparecer, si quieren, de una forma poco estrepitosa.

Imaginen si quieren una serpiente que se enrosca a sus pies.

Que los envuelve poco a poco mientras la ciudad se desgasta.

Creciendo, incluso, se desgasta.

Por eso es necesario el caos.

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