sábado, 26 de noviembre de 2022

Apenas era un crío cuando la edad media comenzó.


Apenas era un crío
cuando la edad media comenzó.

Por eso, tal vez,
no la recuerdo con detalle.

Lo que sí tengo en mi memoria s imágenes.

Piedras sobre piedras, en principio.

Grandes piedras sobre piedras.

Luego catedrales.

Numerosas catedrales.

Creciendo por ahí como si fueran árboles.

Un bosque de catedrales, si lo piensas.

Y el hombre, entre ellas, vagando.

Arrojando migajas como en los cuentos de niños,
para luego no perderse.

Y es que no eran parte del camino, las catedrales.

Yo era un crío por entonces, pero ya sabía eso.

O lo intuía, al menos y eso me permitía concluir.

Ni referencias ni parte del camino.

Las catedrales eran seres de otra especie.

Trozos de carne y piedra unidas con quién sabe qué.

¡Y cuántas catedrales…!

Las hubiese contado entonces, pero recuerden que era un crío.

Sabía contar en todo caso, pero me distraía de inmediato.

Todo llamaba mi atención.

La estructura de la oración.

Los pasos del rito.

Olvidaba incluso desde qué catedral venía o hacia cuál me dirigía.

Hasta los fieles que entraban a cada una de ellas,
asistían de cierta forma uniformados.

Tal vez, pienso ahora,
debiesen haber servido a dioses distintos
para poder diferenciarlas.

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