lunes, 21 de noviembre de 2022

Un sastre y un niño.


No estoy seguro, pero parece que era de Hoffmann.

Un cuento en que un sastre le cortaba los pulgares a un niño que se chupaba los dedos.

Con las tijeras de cortar ropa, se los cortaba.


Muchas veces soñé de pequeño con esa historia.

Aparecía en una antigua recopilación de relatos, que estaba en casa de una tía.

En el sueño, al principio, yo era el niño al que le cortaban los pulgares.



Como las tijeras eran grandes, sin embargo, ocurrió que en el sueño hubo heridas mayores.

Cortes disparejos que se llevaban por delante varios dedos, por ejemplo.

O incluso algún corte que cercenaba toda una mano, e incluso parte del antebrazo.



Con el tiempo, sin embargo, el sueño desapareció prácticamente.

Solo de vez en cuando, en algunos, me descubría de pronto sin pulgares.

No como un hecho central, en todo caso, sino como un vínculo que me unía a ese sueño de antaño.


En esos nuevos sueños, por cierto, me descubría yo mismo portando tijeras.

Sujetándolas apenas, torpemente, con mis manos de dedos recortados.

No recuerdo, en todo caso, que haya usado las tijeras, en mis sueños.


Ya despierto, décadas después de los primeros sueños, todo es un poco más tranquilo.

De vez en cuando algún recuerdo, es cierto, pero nada que afecte, realmente.

De hecho, ni siquiera he vuelto a comprobar si el cuento aquel, realmente era de Hoffmann.


Un sastre, un niño chupadedos y unos pulgares menos.

A eso podría resumirse hoy, todo aquel asunto.

Sonidos de tijera. Carne cercenada. Cortes firmes y violentos.


Una sensación, como ven, no una historia.


Y ya no sé si tengo o no pulgares, mientras escribo esto.

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