miércoles, 9 de noviembre de 2022

Un momento posterior al hambre.


Me explicó que había un momento posterior al hambre. Un momento que venía luego de los típicos retorcijones y del dolor de estómago, y que se situaba más bien en la garganta. Como si algo dentro de uno luchase por salir fuera y buscar, directamente, de qué alimentarse. Atascado ahí, sin embargo, esa sensación que en un inicio fue suscitada por el hambre puede incluso engañarnos y hacernos sentir ahogados, incapaces de tragar bocado alguno y hasta llenarnos de una sensación similar al asco producida probablemente por la acidez y por el trabajo incansable de los jugos gástricos que no tienen ya qué atacar, que no sea a nosotros mismos.

Contó que esta sensación, por cierto, la había sentido en su adolescencia, en la que vivió una serie de eventos desafortunados que terminaron con él en situación de calle, justo en un periodo en que ocurrían en el país otra serie de inconvenientes aún más graves, que lo llevaron a esconderse temeroso incluso de pedir ayuda, por más que su situación empeoraba aún más más cada día.

-Sobrevivimos finalmente gracias a pequeños animales –me dijo-. Ratas, palomas, perros… todo lo que te puedas imaginar… Lo cierto es que vivimos en condiciones así casi por dos años.

-¿Y luego? –le pregunté.

-Entonces se murió uno de mis compañeros –contó-. Un tipo algo mayor que andaba siempre con un bolso pequeño y que no hablaba mucho sobre sí mismo. Amaneció muerto, una noche de frío, luego de haber tenido fiebre por un par de días…

-¿Y entonces? –insistí.

-Entonces abrí el bolso pequeño y entre algunas fotos, unos libros a mal traer y unas ropas sucias, encontré una cantidad de dinero que me permitió comprarme algo de ropa, arrendar una pieza y volver poco a poco a insertarme en la vida…

-¿Y los libros? –le pregunté luego de un rato.

-¿Qué libros? –preguntó él, de vuelta.

-Los que el tipo tenía en el bolso… -le dije-. Esos libros a mal traer…

-Los boté, supongo –contestó-. Si se dejó morir teniendo un poco de dinero no creo que esos libros fueran el origen de nada bueno… Además, no tenía hambre de ese tipo por aquel entonces.

-¿Ahora sí?

-Pues la verdad no –señaló-. He estado bien sin ellos. Después de todo no hay partes del cuerpo que te avisen que algo anda mal si te faltan… Y el cuerpo avisa cuando necesita algo.

-El cuerpo se preocupa de sí mismo –le dije-, no de ti.

Él sonrió.

-Tú no sabes de hambre –me contestó, sin enojo.

Yo lo observé.

Callé.

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