viernes, 23 de diciembre de 2022

A las tres de la mañana.


Cuando logro dormirme antes, alguien me despierta a las tres de la mañana.

Duermo solo, es cierto, pero si a esa hora estoy dormido, de igual forma alguien me despierta.

Siempre a las tres, exactamente.

Lo he comprobado con el tiempo, y lo cierto es que ocurre siempre de manera exacta.

Entonces, a las tres de la madrugada, todavía a oscuras, suelo abrir los ojos un momento y no resistirme.

Me siento en la cama y observo mi cuarto, en la oscuridad, sin pensar en nada de forma específica.

A veces, aprovecho de ir por un vaso de agua, sin encender luces, siempre a oscuras.

De regreso en el cuarto, como sé que el despertador sonará diez minutos antes de las seis, intento cerrar los ojos, para que regrese el sueño.

Hace diez años, aproximadamente, acostumbraba levantarme a las tres (ya me ocurría este fenómeno por aquel entonces), pero en ese tiempo aprovechaba de ir hasta el computador y avanzar en la escritura de una novela.

Fueron varios meses en que lo hice así, de tres a cinco, aproximadamente, y luego dormitaba un poco hasta las seis, hora en que comenzaba a prepararme para ir al trabajo.

Tiempo después, sin embargo, perdí esa novela a partir de un robo del que preferiría no hablar.

Ahora, si soy sincero, apenas recuerdo algo de lo que trataba.

De vez en cuando me acuerdo de ello, cuando me despierto a las tres.

De todas formas, no le doy muchas vueltas, pues ahora busco que regrese el sueño.

Y es que, si soy sincero, no sé si me si siento preparado para intentar siquiera saber qué significa.

Ni quién o qué es lo que me despierta.

Quizá, en otro sitio, las tres de la mañana coincida con el amanecer, y todo entonces sea un poco más fácil.

Aquí, sin embargo, todo sigue a oscuras y ya ni siquiera tiene sentido, seguir hablando sobre este asunto.

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