domingo, 25 de diciembre de 2022

Apenas terminó la novela.


Apenas terminó la novela comenzó a preguntarse si podría volver a escribir otra. Ya había sido aceptada para su impresión y tendría el próximo mes una reunión con alguien que podría convertirse en su editor oficial. Fue entonces que comenzó a cuestionarse cosas. Sobre su talento. Su capacidad para volver a escribir. Para reinventarse, creo que dijo. Fue entonces que me preguntó directamente qué creía.

-¿Sobre qué? -le pregunté.

-Sobre lo que te decía antes… -me dijo-. Sobre si podré volver a escribir una nueva novela sin problemas.

-¿Una novela como la que ya escribiste? -pregunté.

Él asintió.

Se veía nervioso.

-Pues sí -le dije-, creo que podrás escribir otra novela como la que ya escribiste sin problema alguno.

Él guardó silencio. Me observó.

-¿No te gustó, cierto? -dijo entonces-. Por eso te refieres diciendo que no costaría escribir otra si es de ese tipo…

-No he dicho eso -me defendí.

-Pues ha sonado así -dijo él.

Como la situación se había vuelto incómoda intenté cambiar el tema.

Lamentablemente, él no me lo permitió.

-¿No crees que tenga talento, cierto? -preguntó entonces- ¿Es eso?

-Todos tenemos talentos -le dije.

Él estaba molesto. Supongo que no quería tener el talento que tienen todos. Eso le ofendía.

Luego de un rato siguió con sus preguntas, así que comencé a ignorarlo, directamente.

Preferí aclarárselo, luego de un rato.

-No te respondo pues vas a seguir preguntando -le dije-. Y vas a estar cada vez más molesto y a mí me importará una mierda. De todas formas, no se trata de escribir o no. Ni siquiera de escribir bien o no. Hay un nudo antes que todo eso, sabes…

-¿Un nudo? -preguntó molesto- ¿Y tú lograrte desanudarlo, supongo?

-A lo mejor -le dije-, pero de todas formas eso no es algo bueno…

Como seguía sin comprender, terminé por ablandarme un poco.

-Si quieres imagina que ese es el nudo que amarra la vida -le dije entonces-. Todo se desarma si lo sueltas… No tiene mérito alguno. Y no hace bien…

Me observó, todavía molesto.

Yo también lo estaba, descubrí.

Podía adivinar, incluso, cuál sería su siguiente frase.

Entonces, en silencio, calculé la velocidad, fuerza y el ángulo correcto para darle un golpe seco, y quebrarle la nariz.

Intenté, sin embargo, convencerme una y otra vez que no valía la pena.

Conté hasta tres.

Dos veces conté hasta tres.

Casi lo consigo.

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