miércoles, 7 de diciembre de 2022

Abejas.


Abejas. Cientos de abejas. Llegaban por las tardes al patio en que, de pequeño, solía jugar. Volaban por el lugar. Se posaban en distintos sitios. Zumbaban. Sobre todo, zumbaban. De vez en cuando algunas se agrupaban en el árbol que estaba en el lugar. Sacó fotos. Grabó videos. Consultó a especialistas. No supieron decirle nada claro, pero al menos contactó a una empresa de fumigación que se especializaba en abejas. Ellos le dieron una fecha, pero le recomendaron que antes reconociera el panal. Que buscara un nido. Él obedeció. Lo intentó por varios días, de hecho, pero no lo logró. Las abejas llegaban por las tardes, pero se iban antes del anochecer. No vivían en su patio, pensó. Fue entonces a consultarle a sus vecinos. SI tenían problemas con abejas. Si habían detectado algún panal o si sabían dónde se dirigían cuando llegaba la noche. Los vecinos lo escucharon con respeto, pero parecían no entenderle. No sabemos de qué nos habla, le dijeron. Él entonces les explicó. Les mostró videos. Los vecinos los observaron con atención, pero dijeron que en sus casas todo se desarrollaba sin problemas. Que no habían visto nada especial y que no notaron una presencia inusual de abejas. Incluso, le sugirieron que probablemente él tenía algo en su patio que llamaba la atención de ellas. En otras palabras, le dieron a entender que el problema era únicamente suyo. Y él lo entendió así.

Días después, llegó la empresa a fumigar el lugar.

Según explicaron, las abejas no podían tratarse como cualquier tipo de plagas por lo que no se buscaba la muerte de ellas, sino alejarlas, en primera instancia, de aquel lugar.

-Ahora debe firmar unos documentos -le dijeron-. Luego deberá salir de la vivienda por un par de horas y dejarnos trabajar.

Él lo hizo.

No cuestionó nada y simplemente lo hizo.

Salió de casa.

Cerró la puerta y de golpe se detuvo. no supo dónde ir.

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