viernes, 30 de diciembre de 2022

La gallina, en el balcón.


Como hace años vivían en una zona urbana, en medio de grandes edificios, avenidas y centros comerciales, les extrañó sobremanera ver una gallina parada en su balcón.

El ave estaba apoyada en el borde de la baranda, muy quieta, mirando hacia el horizonte, justo en el límite del departamento en que vivían desde hacía cuatro años, en el décimo primer piso.

-Es una gallina -dijo ella, al descubrirla.

-Sí, es una gallina -dijo él.

Ambos hablaron en voz baja, como si temiesen que la gallina pudiera escucharlos. Luego siguieron observándola, en silencio.

Era una gallina común, sin duda, de plumaje café, ni muy grande ni muy pequeña, que ahora miraba desde su balcón un horizonte en el que se veían varios otros edificios, en el amanecer de una gran ciudad.

-A lo mejor es de algún departamento vecino -dijo él, intentando parecer lógico.

-De todas formas, no podría haber llegado hasta acá -dijo ella-. Salvo que vuele.

-Es cierto -dijo él-. Salvo que vuele.

Ambos se miraron, en silencio.

Sin saber bien qué hacer se acercaron a la gallina. En cuclillas, temiendo asustarla.

Cuando abrieron el ventanal que daba al balcón la gallina se volteó a mirarlos.

Ellos estaban en cuclillas, sin saber qué hacer.

Entonces descubrieron que se sentían ridículos, ante la gallina.

-¿Qué hacemos? -preguntó él.

-No sé -contestó ella-. Decide tú.

Entonces, antes que ambos pudiesen decir algo más la gallina cacareó fuertemente, mirándolos.

El ave parecía más grande, ahora que había cacareado.

Finalmente, dio media vuelta y se lanzó, determinada, desde el balcón.

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