domingo, 11 de diciembre de 2022

Un día, mirando el mundo.


I.
Un día, mirando el mundo, creí comprender de pronto que todo estaba embalsamado. Todo vaciado de lo que fue alguna vez un órgano vital y relleno de sustancias firmes y poco degradables. Un mundo embalsamado y hecho para perdurar, de cierta forma. O para evitar la descomposición, al menos. Un mundo diseñado por un gran taxidermista. Oh, gran taxidermista, dije entonces. Y oré.


III.
La mayoría de las veces, sin embargo, cuando observo el mundo, ocurre ciertamente de otra forma. Esas veces, ocurre que no comprendo ni creo comprender, absolutamente nada del mundo. Y entonces, sorprendido, descubro que es cómodo sentirlo así. Lo descubro cada vez y no lo recuerdo pues eso es, de cierta forma, algo que se olvida. No sé por qué, pero se olvida. Sonrío incluso en esas ocasiones ante la idea absurda de intentar comprender el mundo y ante la candidez que me ha llevado hasta la angustia, en cualquier otra ocasión. Nada de taxidermistas, pienso entonces. Nada de embalsamientos. Y nada de oración, por supuesto. Y es que soy todo piel, podríamos decir, en ese instante. Y ser piel está bien. No hay vanidad en aquello. Ser piel ya es suficiente, me refiero, para ser algo.

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