jueves, 15 de diciembre de 2022

Una masa viva.


I.
Una masa, me dijo. Una masa viva. Pequeña y aparentemente inofensiva, pero ese es siempre el truco. Verla y dejar de verla. Desestimarla, casi. Así ocurre, sin duda. Y el peligro es ese. Lo sabemos. No hay novedad en eso. Lo sabemos, pero de igual forma volvemos una y otra vez a hacer lo mismo. Así ocurre hasta que sufrimos las consecuencias. Entonces, por supuesto, reconocemos el error. Y nos decimos -casi como un mantra-, que aquello es algo que no debe volver a ocurrirnos. De todas formas, ya es tarde. La pequeña masa viva se ha acercado lo suficiente y resulta irreparable. Y es que el daño, digamos, ya está hecho.


II.
Una pequeña masa viva, siguió. Ahora las reconozco enseguida. Y apenas las reconozco me fijo en sus características. Principalmente, en mi caso, me fijo si tienen boca. No dientes, sino boca. Las diferencio así y es la característica esencial que me ayuda a decidir si tomar o no resguardos. Después de todo, si tiene boca puede morder, me digo. Boca y no dientes, necesariamente. Los dientes son algo secundario. Basta la determinación y la fuerza que lleva a esas pequeñas masas a apretar y no soltar su presa. Y ya sabemos que ellas son todo voluntad. Nada más que voluntad. Eso son las masas vivas.

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