lunes, 5 de diciembre de 2022

Vimos llegar al predicador.


Vimos llegar al predicador y sentarse a solas, en la mesa del fondo.

En realidad, yo no sabía que era predicador, pero ella me lo contó mientras bebíamos algo.

Para mí era simplemente un hombre que estaba vestido de negro, con una camisa gris, sentado en la mesa del fondo.

También me advirtió que no lo dejase dormir en mi casa, si por alguna razón me lo pedía.

-Si te lo pide simplemente no lo hagas -me dijo-. Los que hospedan al predicador son, al menos, ingenuos. Yo misma lo hospedé una vez, pero le prohibí que hablase de nada en lo que realmente creyese. Le dije que esa sería mi forma de cobrarle y él aceptó. Al final, estuvo dos semanas en mi casa, y durante ese tiempo prácticamente no dijo nada. En ese sentido, debo reconocer que se portó bien. Por otro lado, intentó meterse a mi cama una vez. Sorpresivamente y en medio de la noche, pero al menos no fue violento. Se fue de casa dos o tres días después.

-¿Predica en alguna iglesia? -le pregunté.

-No -contestó ella-. O no que yo sepa. Puede que antes predicara en las plazas, aunque en realidad no lo he visto hablar en público desde hace tiempo…

Hablamos un poco más sobre él y luego cambiamos de tema.

Así pasó el tiempo.

Horas después, casi al mismo tiempo en que salíamos del lugar, vi que el predicador se alistaba también a salir, acompañado de una mujer con la que se acercó a hablar en aquel sitio.

-No te voltees a verlo -me dijo ella-. Lo mejor es ignorarlo.

-De acuerdo -contesté, sin preguntar por qué.

Finalmente, mientras avanzaba junto a ella, me pareció escuchar desde lejos, sus palabras.

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