lunes, 26 de diciembre de 2022

Cañerías.


Arrendé una casa en que sonaban las cañerías.

Toda la noche, prácticamente, sonaban.

Era un sonido extraño, como de metal retorciéndose.

O así me pareció.

En principio no sabía de qué era el ruido, así que decidí llamar al dueño.

Él contestó tranquilo, acostumbrado a esta pregunta.

Son las cañerías, me dijo. No es grave. Es por la presión.

Debió haberme advertido, le dije.

No es grave, contestó él.

Me quedé en silencio.

Es cierto que no es grave, pensé. Nada es grave.

De todas formas, como aún debía pasar dos noches en aquel sitio intenté buscar una solución.

Tal vez si dejaba una llave abierta, en la noche, ayudaría a bajar la presión.

Eso pensé hacer, en principio, pero luego desistí.

Y es que comencé a sentirme culpable de desperdiciar así, el agua.

Además, no estaba del todo seguro que funcionase.

Pasó así esa noche.

A la mañana siguiente me llamaron para contarme sobre una muerte.

Era un fallecimiento sorpresivo.

Probablemente doloroso, pero no lo sentí como un hecho terrible.

Tal vez, como todo dolía de igual forma por ese entonces, me pareció insignificante.

Esa noche, de todas formas, me costó más de la cuenta conciliar el sueño.

De hecho, recuerdo haberme quedado despierto, escuchando las cañerías.

Conversando con ellas, incluso, en un idioma extraño.

Antes de irme, al otro día, el dueño me llamó para disculparse por el sonido de las cañerías.

Me ofreció incluso compensar el ruido permitiéndome quedar otro día en aquel lugar.

En principio reí, porque me pareció absurdo.

Pero acepté, finalmente.

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