“Solo el alma de Áyax Telamonio
se mantenía aparte,
irritada por la victoria…”
La Odisea.
I. Acercamiento.
Si bien lo principal en la trama de la Pequeña Ilíada parece ser el episodio
del caballo de Troya, no deja de asombrarme cierto acercamiento al personaje de
Áyax, dado en un inicio de dicha epopeya (de los fragmentos que quedan de ella
realmente) y que retomará Sófocles –aunque haciendo hincapié en otros
aspectos-, en la tragedia que lleva el nombre de dicho héroe.
Así, en la Pequeña
Iliada, de Lesques de Mitilene, se narra el juicio realizado luego de la muerte
de Aquiles, para determinar a qué campeón (Áyax o Ulises), han de entregarle las
armas del muerto.
De esta forma, para dirimir la cuestión, se decide
recurrir a los comentarios de los enemigos sobre los héroes en disputa, resultando
favorecido, en primera instancia, la figura de Áyax, quien habría recuperado el
cadáver de Aquiles, en medio de la refriega.
Sin embargo, tras la intervención de Atenea, es
Ulises quién termina quedándose con las armas, puesto que él habría facilitado,
al seguir luchando, que Áyax protegiese el cuerpo del caído.
La importancia de este hecho, por cierto, es que la
derrota en este juicio habría provocado la locura de Áyax, quién, confundido a
través de un artificio de Atenea, termina atacando a un rebaño de corderos, mientras
pretendía atacar al propio Ulises y a otros soldados.
Por último, tras darse cuenta de su engaño, Áyax,
único héroe griego que nunca solicitó ayuda ni fue ayudado por Dios alguno, se
quita la vida, consciente de que su sangre había sido siempre humana, y no había
sido contaminada por los dioses.
II. Origen de la locura.
Lo que me interesa de la visión entregada en la Pequeña Ilíada, respecto a la locura de
Áyax, es que este no habría enloquecido simplemente por la derrota, sino “por
las razones de la derrota”.
Así, lo que realmente habría llevado a Áyax a “renunciar
a la razón” es que los jueces hayan considerado más importante la matanza de
Ulises, que el rescate del cuerpo de Aquiles, abriendo con esto un espacio para
la reflexión sobre la nobleza de las acciones que determinan el sentido de la
vida de los hombres que han ido a la guerra.
De esta forma, las armas de Aquiles adquieren una
doble significación: la de ser protección de la vida de un hombre (concepto
primario de armadura) y la de estar hechas para matar a los otros.
Hombres
movidos por los dioses, dice entonces Áyax, han renunciado voluntariamente a la protección de aquello que eran ustedes
por sí mismos… y así, hasta yo mismo, conservándome, me he perdido entre ustedes
y los dioses.
III. Mi amigo Áyax.
Debo reconocer que en un principio, quería escribir un poema sobre Áyax.
O hasta una canción.
Algo chistosos –a mi manera-, como un “Áyax no te vayax” o “cuando
anduvimos en káyax” o cosas de ese estilo.
(Lo hice, de hecho).
Pero entonces, buscando otras referencias, encontré aquella de Ulises
cuando viaja al infierno y encuentra a Áyax retirado, a solas… descrita en La
Odisea:
“Solo el alma de Áyax se mantenía aparte…”
Y bueno… me puse mamón… y lo borré.
Aunque claro, luego quizá lo hice peor, pues traté
de tomar distancias -que es lo que he estado haciendo este último tiempo en
muchos de los textos de este blog-, y escribí, sin pensar mucho, los dos puntos
anteriores.
(…)
Vuelvo entonces a pensar en Áyax:
En el rescate del cuerpo de Aquiles.
En su vida sin dioses y sin poderes heredados,
fuera de su propia humanidad.
En su vida sin derrotas más que por el juicio de
los otros.
En su aspecto de Quijote luchando contra los
corderos.
¿Y saben…? Decido entonces que es mi amigo.
Así de simple, aunque con un montón de cosas no
dichas y otro montón mal dichas.
Mi amigo Áyax, simplemente.
Nada más.
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