I.
Me pasó una vez jugando al ludo. Estaba por ganar,
según recuerdo. Faltaban solo unos espacios, pero había que llegar exacto.
Siempre perdía en aquella parte. Estábamos borrachos, por cierto, en casa de un
amigo. Entonces tomé el dado y lo moví en la mano antes de lanzarlo. Y claro…
abrí la mano para que cayese, pero no cayó. El dado no estaba. Los demás
pensaron que bromeaba y me pasaron otro. Quizá creyesen que era una especie de
truco o algo así. Volví a agitar el dado. Volví a abrir la mano. El dado volvió
a desaparecer. Nadie creía que eso realmente estaba sucediendo. Yo mismo no
podía explicármelo. Se molestaron un poco, según recuerdo. Después de un rato
encontraron dos dados más. Ocurrió lo mismo con ambos. Seguimos tomando,
finalmente. Olvidamos el juego. Nunca hablamos del asunto.
II.
Años después estaba acampando. Me había arrancado a
la montaña porque no me sentía bien y debía resolver algunas cosas. Y bueno,
para ser sincero, estaba llorando. Angustiosamente, me refiero, con dolor de
pecho incluido. Fue entonces que sentí algo extraño en los ojos y oí caer dos
pequeñas cosas. Me acerqué a verlos. Eran dados. En vez de lágrimas habían
caído dos dados. Un uno y un dos, me acuerdo que marcaron, tras rodar sobre la
tierra. Números pequeñitos, pensé. Puse los dados en mi mano y no sé bien por
qué, pero sentí alivio. Un alivio hermoso, me refiero, a un paso de ser
alegría. En ese momento no recordaba lo de los dados desaparecidos en el juego,
años atrás. Antes de bajar de la montaña, esa vez, recuerdo que enterré los
dados, como si fueran semillas.
III.
La asociación de los dados desaparecidos y de los
dados como lágrimas la hice apenas hace unos meses. Estaba trabajando en una
tesis que debía corregir cuando de pronto sentí algo en mi frente. Justo en el
ceño, para ser exacto. Fui hasta el baño y me observé en el espejo. Era un
dado. Se veía el seis, eso sí, hacia adelante. Nunca me ha gustado esa cifra. El
dado estaba a medias fuera, pero permanecía aun fuertemente incrustado en la
piel. Molesto, terminé de sacarlo con la ayuda de unas tijeras. Sangró un poco,
es cierto, pero no fue grave. Fue entonces que recordé lo de los dados
desaparecidos y concluí que aún faltaba uno. Fui al médico al otro día. Pedí
que me hicieran exámenes para ver si lograban encontrar un cuerpo extraño. No
di mayores explicaciones.
IV.
Fue solo tras la tercera ronda de exámenes cuando
descubrí la ubicación del dado faltante. Se encuentra en el torrente sanguíneo,
aunque su desplazamiento es leve y casi imperceptible. El doctor sugirió una
operación pues puede ser peligroso si termina por situarse en el corazón. Y bueno,
yo lo pensé bastante y al final decidí que no. No porque mis sensaciones no son las correctas, dije al doctor. Aunque
claro… él debe creer que estoy loco. Yo mismo lo creí un tiempo hasta que
comprendí que la vida está llena de acciones extrañas, pero reales.
Profundamente reales, incluso. Me gustaría pensar que todo se arreglará yendo
otra vez a la montaña, pero esas cosas no se buscan. Me refiero a que no puedo salvar
mi vida si he confundido el valor que esta tiene. No sé, sinceramente, cómo
empezar.
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