I.
Encuentro un billete en la calle.
Me dicen que es falso.
Luego ya no sé si era o no un billete.
II.
Pasos más allá encuentro otro billete, en la misma calle.
Y claro, ante la cercanía, sospecho también que es falso.
Paso entonces, junto a él, sin recogerlo.
III.
Dos minutos después retrocedo en busca del billete.
Tal vez no es falso, me digo.
O tal vez no importa si lo es.
IV.
Y es que es cierto, el billete tiene algo distinto.
Algo inexacto, por cierto.
Quién sabe si es este el único billete
verdadero, me digo.
V.
¿Se podrán comprar cosas falsas con mi billete falso?
¿Habrán tiendas falsas donde mi billete sea válido?
¿Pagar la educación, por ejemplo, o darlo de ofrenda en una iglesia?
VI.
Guardo el billete falso en un bolsillo.
Y claro… siento que la gente me mira igual que siempre.
Me sorprende de una forma extraña, pero mi sorpresa también es falsa, a
su manera.
VII.
De noche, lavo mi pantalón olvidando retirar el billete falso.
En el bolsillo, entonces, solo quedan restos de algo que no tenía
valor.
¿Pueden llegar a ser verdaderos los restos de un billete falso?
VIII.
Antes de dormir acostumbro mojarme el rostro, frente al espejo.
Ahora, ya en la cama, dudo si cumplí o no, aquel ritual.
Ya no rezo, ya no pienso… apenas escribo:
“Ese billete es falso”, comienzo.
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