Resulta innegable.
Pero lo niego.
Por más pistas que se encuentren.
Referencias extrañas.
Palabras perdidas en medio de la biblioteca.
Solo son pruebas sin valor.
Nada de lo que se dice es cierto.
Yo no vengo de ningún sitio.
Ordeno y desordeno, nada más.
Ni siquiera voy.
Poco más hago.
A veces una huella.
A veces una herida insignificante.
Pero nunca signos permanentes.
Ni siquiera un símbolo.
Así es siempre.
Paso los dedos sobre signos que no descifro.
Huelo los signos.
Intento acercarme.
Créeme que lo intento.
Me acerco a ellos como a los ojos de un animal que no entiendo.
Reímos.
Lloramos.
Pedimos lluvia.
Todo eso es cierto, pero no.
No soy un cosmonauta.
No soy.
Ni órbita, ni ruta, ni fin.
El cuaderno de ruta está en blanco.
Eso es lo que existe.
Observo todo mientras bebo un té con durazno.
El motor de la nave se cubrió de musgo.
Los nombres que creí importantes se cubrieron de musgo.
Alguien no habló.
Lo vivo sobre lo que creímos vivo.
Eso es lo que pasa cuando hablamos de tiempo.
Cuando intentamos hablar de tiempo.
Erramos.
Suave, pero erramos.
Preferimos oír pasos que sentir latidos.
Pedimos lluvia, es cierto.
Comprender sin nombres.
Y que caiga el agua hasta borrar caminos.
De dónde venimos, hacia dónde vamos...desde lejos nos llegan los interrogantes. Si somos astronautas o no, cada quien tendrá su propia versión, pero, creo, nunca una certeza.
ResponderEliminarUn abrazo