sábado, 1 de julio de 2023

Un papel.


Fue hace años.

Había trabajado varios días.

Al final del último me llamaron y me entregaron un papel.

Era un papel rectangular, que me pareció muy bonito.

Su textura en un principio.

Su tamaño.

Tenía mi nombre incluso, escrito sobre una línea punteada.

Y una firma abajo, de alguien que desconocía.

Agradecieron entonces mi trabajo y yo agradecí aquel papel.

Luego nos despedimos.

En el papel había otros signos, además de mi nombre.

Un número.

Una cifra que indicaba el valor que había sido asignado a mi trabajo.

No saqué cuentas.

El único cálculo que me interesaba estaba en mi nombre.

Guardé el papel en un libro que llevaba conmigo.

Probablemente uno de Onetti o de Roa Bastos.

Otros compañeros, que recibieron un papel similar, me indicaron que debía llevarlo a un determinado banco.

Les hice caso, ciertamente, pero sin apuro.

Fui unos días después, muy temprano.

Hice una fila no muy larga hasta que me llamaron a una ventanilla.

Me pidieron el papel desde el otro lado.

No lo trataron bien.

No con cuidado, al menos.

Tiene escrito mi nombre, le dije, pero no me prestaron atención.

En cambio, me entregaron otros papeles, donde mi nombre no figuraba en lo más mínimo.

No me gustaron.

Me parecieron incluso papeles sucios.

Por si fuera poco, no me querían devolver mi papel.

El papel bonito, que tenía escrito mi nombre.

Así lo pedí.

Lo exigí incluso cuando intentaron confundirme.

Me llevaron a una oficina.

Me dieron agua.

Yo quería mi papel de regreso así que les entregué de vuelta los que me habían dado.

Ellos dijeron que no se podía.

El cambio estaba hecho.

El papel bonito con mi nombre se había perdido, comprendí.

Además, pensé, ya debe haberse ensuciado después de haber pasado por otras manos.

Me quedé un rato más en esa oficina, antes de irme.

Estaba triste, pero ya no había nada que pudiese hacer.

Otra vida, más sucia, me dije, había comenzado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales