martes, 4 de julio de 2023

Langostas.


Langostas.

Millones de langostas se escuchan a lo lejos.

Más cerca, cacarean las gallinas para alertar de las langostas.

Para alertarse entre ellas, me refiero.

No ponen huevos hace días, las gallinas.

No hay ya para qué.

El hombre las sabe extrañas por eso hace preguntas.

A su familia hace preguntas.

Ellos ríen, porque no saben que decir.

Levantan sus hombros como si volteasen piedras.

No hay bichos bajo aquellas piedras.

Tampoco hay musgo, sobre ellas.

Esa noche sienten ruidos.

A lo lejos, como una especie de motor.

Como no saben lo que es, han dejado de escucharlo.

Ha llovido hace poco.

Ha cambiado el tiempo.

Las langostas, probablemente, han cambiado el tiempo.

Millones de langostas.

Tantas que bien podrían bloquear la luz del sol.

De cierta forma ya lo intuyen, las gallinas.

Mientras cacarean, eso intuyen.

No alertan las gallinas, sino que se despiden.

La familia del hombre asegura que volverá a llover.

Por suerte, en la casa, no hay problemas.

No ingresa la lluvia, al menos, cuando cae.

Se ha cortado la luz hace dos días, pero es algo con lo que se puede vivir.

Eso dicen, bromeando, justo en el momento en que se acercan las langostas.

Se dispersan más bien, por los campos.

Las gallinas las observan llegar.

Todo se oscurece.

No tienen voz, las langostas, pero gritan.

Sin piel, el hombre se desarma.

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