viernes, 22 de octubre de 2021

Sabía todo.


Soñé que sabía todo. Que no había misterio alguno que me quedase por descifrar. Tenía esa certeza durante el sueño y fue, sin duda, una pésima sensación. Se trataba de un saber blanco, luminoso y constante, en el que se eliminaba toda oscuridad, pero por lo mismo, carecía de matices. De sombras que solo entonces, percibí, eran necesarias.

Por otro lado, se trataba de un saber que no venía asociado a la comprensión. Y es que la comprensión, de cierta forma, no tenía cabida cuando lo que se sabe es absoluto. Pierde el sentido, digamos, cuando todo ha sido iluminado.

Estaba yo, por tanto, en mi sueño, condenado y al mismo tiempo oprimido bajo este conocimiento absoluto. Y todo aquello a lo que tenía acceso, se llenaba entonces de un amargor que, descubrí, era el verdadero sabor del conocimiento. Sí… La falta de misterio, les aseguro, es amarga.

Así, al mismo tiempo que la inacción se apoderaba de mí (pues ante la total sabiduría el movimiento deja de ser necesario), comencé a angustiarme cada vez más. Un dolor se instaló en mi pecho y luego de un rato se transformó en algo aún peor: en una especie de vacío constante que no podía ya ser llenado. Sí… El conocimiento absoluto no saciaba, descubrí. Y era una sensación mucho más desalentadora que el “vacío habitual”, pues uno sabía que ese vacío no podía, de forma alguna, cambiar su condición. Esa era la sensación que quedaba, digamos, cuando descifrabas todos misterios. O eso, al menos, era lo que percibía, en el sueño.

Cuando desperté, horas después, quedaban ecos de ese conocimiento absoluto, pero se desvanecieron casi de inmediato. Apenas alcancé a anotar una o dos palabras que escribí en un papel cualquiera, para retener algo de aquel conocimiento que había tenido durante el sueño.

Al día de hoy, por cierto, tengo ese papel doblado (con una o varias palabras dentro), pero no me atrevo a mirarlo, todavía. Y es que soñé que sabía todo, eso es lo que ocurrió, sin duda. Pero no quiero enfrentarme a esa sensación nuevamente.

Esta última conclusión es, por supuesto, un conocimiento válido que obtuve de todo aquello.

Probablemente el único.

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