viernes, 8 de octubre de 2021

En eso, al menos, no hay engaño.


No soporto a Chopin. Lo que me produce es complejo, y por lo mismo, prefiero no explicarlo. Diré simplemente que mi espíritu, supongo, no cuaja con él. Y es que tal vez Chopin sea honesto, pero a mí, al menos, me parece afectado y hasta falso. Lo mismo con Mozart y esa forzada sensación que me parece impostada. Alegría, por momentos, genio, artificio y una velocidad que no tiene que ver con los pasos de nadie. Dicho de otra forma: Mozart no te lleva a ningún sitio salvo a Mozart. Por otro lado, a Beethoven lo agoté, digamos. Me maravillé con su fuerza y con sus golpes, pero mi mandíbula se acostumbró a recibirlos y ya no me mueve como antes. Sé a dónde va. Yo ya he ido y he regresado. Bien por él, pero ya no. Todavía me maravilla la grandeza y perfección de Bach. Pero su arquitectura se construye más desde la razón de lo que debiese, pienso por momentos, cuando lo escucho. Lo contrario de Rachmaninov que me apasionó un largo tiempo, pero hoy me resulta empalagoso. Adolescente, Rachmaninov. Liszt, a veces está bien, y lo guardo por eso mismo, para no gastarlo. Schuman también, lo admito, tiene algo. Esas son hoy mis mañas, frente al reproductor de música, que sigue apagado. El silencio está bien, pero se ensucia fácilmente, concluyo, mientras vuelvo a hacer otras cosas. La culpa no es de nadie, dicen por ahí. En eso, al menos, no hay engaño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales