jueves, 7 de octubre de 2021

Camarero o friega platos.


Trabajábamos por turnos. Día y noche trabajábamos. De vez en cuando podíamos elegir jornada, pero lo más relevante era distribuir las funciones. Entre nosotros, en este ámbito, solo existían dos opciones: camarero o friega platos.

Al principio lo dejamos a la suerte, un poco para no perjudicar al otro y también para no sentirnos con privilegios, y pasar por encima de los demás.

Con el tiempo, sin embargo, comenzamos poco a poco a elegir. Así, guiados mayormente por nuestro estado anímico, comenzamos a elegir ser friega platos cuando queríamos estar alejados del resto y trabajar en silencio; mientras que elegíamos ser camarero cuando nuestro ánimo nos permitía hablar con otros y mostrarnos entusiastas al momento de atender a los comensales.

De esta forma, los conceptos de camarero y friega platos pasaron poco a poco a convertirse en una especio de nombres clave, para referirnos a nuestro estado anímico general. Así, incluso sin necesidad de pronunciar palabras, reconocíamos la naturaleza anímica del otro, quien por su caminar o expresión corporal podía demostrar si había amanecido camarero o friega platos, sin necesidad de explayarnos más al respecto.

-Hoy P. anda friega platos -comentaba alguno.

-Sí, mejor dejémoslo solo, hasta que se le pase -respondía otro.

Y bueno, lo cierto es que el trabajo anduvo bien y se repartió de esta forma durante (casi) las dos temporadas que trabajé en el local.

Y es que, a finales de la última, el dueño contrató a unas hermanas que tuvieron la exclusividad de fregar los platos, por lo que debimos abandonar el lugar, ya que ser camareros todo el tiempo requería más de nosotros mismos, y nuestro estado anímico, en este sentido, necesitaba también descansar acogiéndose a la otra variante, de vez en cuando.

-De verdad no quieren de vez en cuando ser camareras -intentamos convencer a las hermanas-. También tiene sus ventajas…

Ellas se negaron, sin embargo, y no dieron luces siquiera de considerar aquella opción.

Nos fuimos entonces, luego de agobiarnos por algunas semanas en las que intentamos ser camareros todo el tiempo, pero lo cierto es que no pudimos con nuestra naturaleza.

-Es que parte de mi espíritu es friega platos -intenté explicarle al dueño, pero no le interesó comprender.

En cambio, me entregó un cheque extra por mi tiempo de servicio, que preferí no cobrar. Supongo que por orgullo.

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