“La vida y el sentido
de la vida,
no son, como se cree
-e incluso como
gramaticalmente podría comprobarse-,
cosas distintas”.
Otto Wingarden.
Mientras estaba sentado junto a
un lago, me fijé en un hombre que estaba unos cuantos metros más allá, lanzando
piedras.
No es que eso haya sido muy
extraño, claro… pero lo que sí llamó mi atención, fue que el hombre parecía
celebrar tras cada lanzamiento, sin importar donde cayera la piedra, como si
esta hubiese dado justo en el blanco dispuesto.
Debe estar borracho, pensé.
Con todo, tras fijarme mejor, el
hombre me pareció –en todo lo demás-, una persona normal. De hecho, al pasar
junto a mí, lo vi sonreír, alegre, sin ningún rasgo de estar ebrio ni nada
parecido.
Y claro… seguí luego mirando el
lago… y dándole vueltas al asunto.
Quizá, pensé entonces, la alegría está en eso… en una meta
chiquita…
-Voy a ser feliz si la piedra
cae –dije entonces, en voz baja, como una promesa.
Y claro, la lancé. Sin importar
el destino.
Para sorpresa mía, sin embargo
–pues debo reconocer que prometí lo anterior sin mucha fe que digamos-, sentí
con alegría que la piedra había caído justo en el sitio, donde debía caer.
Seguí un rato más, entonces,
disfrutando el descubrimiento.
Y no voy a inventarme hoy, un
final trágico.
Me acuerdo del rey aquel que le ordenaba al sol salir y a las estrellas brillaren la noche para después complacerse al ver cumplirse sus órdenes.
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