Sospecho de
don Aladino porque lo veo feliz.
Aunque claro, también admito que el nombre mismo ya
lo dejaba como sospechoso.
Me hospeda en un lugar chiquito, en el sur, unos
días, y me ofrece chicha de manzana.
Hizo poco este año, me dice, pues lo operaron de
algo que ni el recuerda y le prohibieron el trago.
Poco menos de mil litros, hizo.
Dos días después y como con 8 litros menos en
bodega me confiesa que es feliz.
Ya lo sospechaba, claro, pues mientras cortamos
leña esa mañana me mostró unos parajes secretos y hasta un lago desconocido.
Él no sabe bien como se dice, pero sus bisnietos
tienen hijos que a su vez tienen hijos.
Un poco más borracho agrega que mejor que darle un
nombre a eso, es decir que gracias.
Don Aladino, de hecho, le agradece a un alerce.
No se ve la cima de ese alerce.
Estamos frente a él y todo está como en reposo.
No hay lámpara,
me dice entonces.
No hay genio.
El secreto
está allá arriba, pero no tiene sentido ir a buscarlo.
Además,
agrega, nosotros no necesitamos ese
secreto.
Los hombres
son como los dedos de la mano, todos son distintos, me explica.
Es decir, yo
le daría mi receta, pero para usted sirve otra.
Otro genio.
Otro alerce.
Otra mujer,
incluso, dice don Aladino y se ríe mientras me palmotea la espalda.
La mujer
correcta alarga la vida y hay que acariciarla como a la lámpara, me dice.
Usted debe
saberse esa historia.
Usted parece saber harto, de esas cosas, me dice.
Con todo, él sabe que ha visto algo que nadie más
ha visto.
Vi un puma
llorando, confiesa así, la última mañana.
Vi un puma, y pensé que me iba a comer, pero al
final se acercó, y estaba llorando.
Don Aladino no agrega nada más.
Vuelvo entonces a la carpa y mi hijo aún duerme.
Yo preparo el desayuno y cargo las mochilas.
Y claro, no sé por qué me cuesta tanto, pero yo
también digo gracias, mientras le acaricio el pelo y le digo que el desayuno
está listo.
El día comienza y es como si en vez del genio
hubiese aparecido directamente el deseo.
Te quedó
rico, me dicen.
Gracias.
no creo que exista mayor riqueza, ya con tu hijo durmiendo a unos pasos. lo que sigue es sumar y sumar.
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