lunes, 7 de enero de 2013

Lástimas tontas / Una discusión chiquita.

“De vez en cuando recibes
algo así como una carta.
Algo así.”
T. R.W.

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Anoche soñé contigo, Vian.
Discutíamos.
Chiquito, pero discutíamos.
Creo que hablábamos de un producto que ya no había.
Y nos lamentábamos.
Qué lástima que ya no lo hagan, decíamos.
Y estábamos tristes.
Pero de verdad tristes, no creas que livianito.
Y entonces nos vino lástima por todo.
Una lástima similar a una tristeza distinta.
Una tristeza que casi no dolía porque era inevitable.
O más bien, una tristeza que no debiese doler.
Y es que se trataba, en principio, de lástimas tontas.
Lástima porque el tiempo pasa.
Lástima porque nos ponemos viejos.
Lástima porque nos arrugamos y nos sentimos indignos y sin gloria.
Hablo de lástimas del sueño, claro.
De las sensaciones del sueño.
Y es que ahí eran importantes estas cosas.
Entonces yo decía que esas sensaciones no importan.
Que la dignidad y la gloria son cosa poca, me refiero.
Y tú hablabas del amor.
O era yo, parece… no recuerdo bien.
Pero esto no era triste. No creas.
De hecho, creo que nos reíamos.
A mí me costaba un poco, pero tú me hacías cosquillas.
Y te brillaban los ojos y decías que no importa.
Y tus ojos estaban arrugados y parecías viejito y yo te lo decía.
Y tú también me lo decías y yo me miraba las manos y era cierto.
Y volvía a darme un poquito de pena, pero mezclada con risa.
Entonces, tú decías que querías ser feliz, como en el pasado.
Y yo te preguntaba si fuiste feliz en el pasado.
Y tú me respondías que en el pasado también querías ser feliz.
Y yo no entendía el chiste, ni la gracia.
Pero tú insistías en que eso era importante.
Y te reías no solo por el chiste sino que hablabas de otro tipo de alegría.
Una alegría honesta, decías.
Alegría porque seguíamos deseando lo mismo, o algo así.
Arrugaditos y todo, pero deseando lo mismo.
Aunque creo que eso último lo decía yo.
O tú, no recuerdo.
O más bien confundo, lo del sueño.
Quién era quién, me refiero.
Quizá hasta éramos uno solo y no nos dimos cuenta.
Es decir, en el sueño tampoco nos dimos cuenta.
Y entonces tú volvías a las cosquillas.
No importa lo demás, acuérdate de esto, me decías.
Y yo me reía. Y éramos viejitos.
Y entonces yo me desperté llorando, pero alegre.
Y luego recordé que ya no estabas.
Y quise escribirte.
Anoche soñé contigo, Vian.
Creo que hablábamos de un producto que ya no había.

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1 comentario:

  1. Me dieron ganas de llorar; aunque hoy desperté con esas ganas; pero ahora tengo más.

    Saludos señor Vian.

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