Trabajé un verano
en los autitos chocadores.
Es decir,
trabajé cortando boletos
para dejar entrar a los niños
a los autitos chocadores.
Por lo mismo,
no me vengan ahora a hablar
de la ingenuidad de los niños
ni de su pureza
ni de sus buenos sentimientos...
Y es que yo los vi por cuarenta días
disfrutar con cada choque
y hasta seguir desesperados
al niño que se bajó de su auto
antes de tiempo…
Ahora bien,
tampoco voy a obviar
a los tímidos
o a los que buscaban evitar el choque
con los otros…
pero ese no es necesariamente
el comportamiento correcto.
Es decir,
todos tenían el mismo mal,
o si se quiere
todos estaban igual de perdidos.
Puede parecer una visión trágica
o pesimista,
pero lo cierto es que nadie tiene la culpa
de su propia naturaleza…
y nadie, además,
debe cargar con el peso
de sus propias preguntas.
Y es que si somos honestos
lo que más pesa en nosotros,
son esas preguntas que arrastramos
desde pequeños,
esas que estorban de tal modo
que no podemos sino arrojarlas
contra otro,
como animales muertos.
Así, no hay más secreto
que lo evidente:
chocamos con los otros
porque no sabemos
a qué aferrarnos…
Y claro,
un día chocamos tan fuerte
que la vida entera deja de doler
y nos quebramos…
Esos son los animales que nos matan
desde dentro.
Y solo ellos,
por cierto,
sobrevivien.
yo creo que, en la medida de los posible, hay que tratar de hacer las paces con los demonios interiores,, muy interesante tu texto, saludos Vian.
ResponderEliminarSaludos...
ResponderEliminarGracias.