Visto de golpe resulta extraño.
Es decir, en primer lugar la
lavadora, luego yo, luego la abuela y así hasta el final que hay varios más,
que no distingo.
O sea, todo por una confusión que
surgió porque al parecer, alguien que supo que era profe le mencionó a la
abuela que yo era maestro… Y claro, de ahí a que ella entendiera que era de
esos maestros que reparan cosas y estar frente a la lavadora descompuesta fue
cosa de minutos y unos cuantos malentendidos más.
No es que renunciara a explicarle a
la abuela sobre la confusión, pero ella, o me tenía mucha fe o estaba demasiado
sorda como para escuchar las palabras que no le convenían.
-¿Y cómo escuchó lo de maestro?
–alegaba yo, pero en vez de ayudarme ellos me traían herramientas.
Entonces fue que le trajeron una
mecedora a la abuela y ella se sentó a ver mi trabajo… y el resto de la familia
al lado… ¡si hasta ovejas llegaron a mirar!
De hecho, yo creo que si de verdad
hubiese sido de esos otros maestros, me hubiese intimidado y no lograría
arreglar nada.
-¿Cómo va…? –me dijo una
mujer, apurando el trabajo.
Así que comencé.
Es decir, voltee la lavadora y abrí
una parte que estaba llena de cables.
Era como una bomba, pensé.
Y es que había hartos cables de
colores, la mayoría verdes y rojos y uno amarillo brillante que se dejaba ver.
-La abuela quiere saber qué es ese
cable amarillo? –dijo alguien.
-Eh… -improvisé-. Es raro de
explicar, sabe… pero digamos que ese cable es como el sol de los otros cables…
-¿Qué dice? –preguntó esta vez
directamente la abuela.
-Que es como el sol –le repitió
alguien-. Y que por eso es uno.
A la abuela pareció gustarle la
respuesta.
Entonces, fijándome en que ella hasta
había sonreído, me puse manos a la obra.
Y claro, en mi caso, eso se traducía en desconectar y volver a conectar los
cables.
-Le sobró uno –me dijo entonces
alguien.
Yo lo miré.
Era un cable oscuro, que no recordaba
haber visto antes, pero no parecía caber en ninguna conexión.
-Ese no va –dije-. Ese era el cable
malo.
-Cable malo –repitió la abuela, como
si hubiese escuchado.
Fue en ese momento en que alguien
enchufó la lavadora y esta empezó a funcionar, como por arte de magia.
Y claro… las ovejas se fueron, la
gente, y hasta la abuela hizo un gesto para que le quitasen el sillón.
Por un momento me desilusioné de la
reacción… es decir, no esperaba aplausos, pero por como se había dado todo imaginaba
al menos que ellos eran cómplices de algo, y que debían actuar juntos.
-La abuela dice que vengas más tarde
para darte unos milcaos… -me dijo una que debió ser algo así como su hija.
-¡Milcaos? –pregunté.
-Sí, unos gigantes y especiales que
hacen para ella –me repitieron.
Así, todos se fueron, y yo me quedé
solo, frente a la lavadora.
Como frente a un espejo.
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