miércoles, 23 de enero de 2013

La lavadora.



Visto de golpe resulta extraño.

Es decir, en primer lugar la lavadora, luego yo, luego la abuela y así hasta el final que hay varios más, que no distingo.

O sea, todo por una confusión que surgió porque al parecer, alguien que supo que era profe le mencionó a la abuela que yo era maestro… Y claro, de ahí a que ella entendiera que era de esos maestros que reparan cosas y estar frente a la lavadora descompuesta fue cosa de minutos y unos cuantos malentendidos más.

No es que renunciara a explicarle a la abuela sobre la confusión, pero ella, o me tenía mucha fe o estaba demasiado sorda como para escuchar las palabras que no le convenían.

-¿Y cómo escuchó lo de maestro? –alegaba yo, pero en vez de ayudarme ellos me traían herramientas.

Entonces fue que le trajeron una mecedora a la abuela y ella se sentó a ver mi trabajo… y el resto de la familia al lado… ¡si hasta ovejas llegaron a mirar!

De hecho, yo creo que si de verdad hubiese sido de esos otros maestros, me hubiese intimidado y no lograría arreglar nada.

-¿Cómo va…? –me dijo una mujer, apurando el trabajo.

Así que comencé.

Es decir, voltee la lavadora y abrí una parte que estaba llena de cables.

Era como una bomba, pensé.

Y es que había hartos cables de colores, la mayoría verdes y rojos y uno amarillo brillante que se dejaba ver.

-La abuela quiere saber qué es ese cable amarillo? –dijo alguien.

-Eh… -improvisé-. Es raro de explicar, sabe… pero digamos que ese cable es como el sol de los otros cables…

-¿Qué dice? –preguntó esta vez directamente la abuela.

-Que es como el sol –le repitió alguien-. Y que por eso es uno.

A la abuela pareció gustarle la respuesta.

Entonces, fijándome en que ella hasta había sonreído, me puse manos a la obra. Y claro, en mi caso, eso se traducía en desconectar y volver a conectar los cables.

-Le sobró uno –me dijo entonces alguien.

Yo lo miré.

Era un cable oscuro, que no recordaba haber visto antes, pero no parecía caber en ninguna conexión.

-Ese no va –dije-. Ese era el cable malo.

-Cable malo –repitió la abuela, como si hubiese escuchado.

Fue en ese momento en que alguien enchufó la lavadora y esta empezó a funcionar, como por arte de magia.

Y claro… las ovejas se fueron, la gente, y hasta la abuela hizo un gesto para que le quitasen el sillón.

Por un momento me desilusioné de la reacción… es decir, no esperaba aplausos, pero por como se había dado todo imaginaba al menos que ellos eran cómplices de algo, y que debían actuar juntos.

-La abuela dice que vengas más tarde para darte unos milcaos… -me dijo una que debió ser algo así como su hija.

-¡Milcaos? –pregunté.

-Sí, unos gigantes y especiales que hacen para ella –me repitieron.

Así, todos se fueron, y yo me quedé solo, frente a la lavadora.

Como frente a un espejo.

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