lunes, 21 de septiembre de 2020

Ella tuvo un perro que sabía que era un perro.

 

Ella contaba que una vez tuvo un perro que sabía que era perro, creo que era un dálmata. O sea, no sé si el animal sabía que era un dálmata, pero ella aseguraba al menos que sabía que era un perro. Nunca entendí sus explicaciones respecto a cómo ella podía saber que el perro sabía que era perro, pero sí recuerdo que, para ella, su impresión era un hecho irrefutable. Tanto así que llevó al perro a una especie de psicólogo animal que, según ella, confirmó su apreciación. Además de confirmarla, a través de varias sesiones, determinaron que era malo para el perro saber que era perro. Esto, ya que, si bien el perro sabía que era perro, no llegaba a comprender qué significaba, justamente, ser perro. Y ese conocimiento incompleto es la fuente de su desgracia, señalaba ella, cuando yo le pedía explicar lo que ocurría. Sé que luego de eso el animal siguió un tratamiento, pero sinceramente no recuerdo que ella me haya contado en qué consistió. Por esto, si alguien leyó hasta acá esperando un desenlace, me disculpo por no tener algo concreto que ofrecerles. Además, aprovecho de aclarar que narré confuso adrede, pues ella también era confusa. Y porque la vida es confusa, también, cuando quiere.

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