sábado, 26 de septiembre de 2020

Los dados.


Cuando no quería pensar en nada o me sentía un poco angustiado me gustaba tirar los dados. 

Igual como algunos aprietan una pelota, hacen círculos en una hoja o realizan alguna otra acción que, al menos ahora, no me interesa detallar. 

El punto es que yo, cuando me sentía así, me ponía a lanzar unos dados. 

Eran dos dados blancos, clásicos, que andaba siempre trayendo en un bolsillo, pues la sensación solía llegar sin aviso y aquel ejercicio era, sin duda, una forma eficaz de aplazarlo. 

Los veía rodar y observaba los puntos, sin siquiera ser consciente de lo que ellos marcaban. 

Solo los veía rodar y detenerse, antes volver a tomarlos, para lanzar otra vez. 

Fueron varios años que tuve esa manía. 

Varios años en que todo funcionó hasta que comencé a darme cuenta que los dados seguían un patrón específico. 

No en los números que salían, sino en la forma de rodar, me refiero. 

Suena absurdo, pero es cierto. 

Con el tiempo, de hecho, descubrí investigaciones que habían demostrado aquel comportamiento en los dados, lanzándolos a través de elementos mecánicos que empleaban siempre la misma fuerza, y observando luego sus patrones de comportamiento. 

Era una de esas investigaciones que ganan concursos científicos alternativos, en los que se premian descubrimientos o propuestas que están ligadas, por lo general a alguna situación absurda o inútil. 

Después de averiguar sobre aquello, por cierto, la estrategia de los dados perdió efectividad. 

Y es que mis sensaciones se volvieron tanto o más angustiantes cuando observaba rodar aquellos dados. 

Por lo mismo, dejé de lanzarlos, por supuesto, e intenté buscar otra técnica. 

Han pasado quince años, desde aquello. 

Y todavía no la encuentro.

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