sábado, 12 de septiembre de 2020

Muchos hablan del punto de partida.


.Muchos hablan del punto de partida, pero el punto de partida no existe. O si existe, se pierde en la primera letra, o en el primer paso. Nadie sabe, de hecho, que está en su punto de partida hasta que el recorrido lo hace pensar sobre el inicio y se escoge entonces un momento: “Todo comenzó cuando…”. Pero lo cierto es que ese es también un artificio, un invento necesario para trazar, desde ahí, una trayectoria. No es cuestión de esforzarse en recordar… después de todo, siempre hay otro punto de partida más allá del punto de partida que hemos escogido, hasta que más allá todo se desdibuja y hay algo así como un origen disperso, una fuente única de la que nace todo, pero cuyos detalles no sabemos distinguir.

El punto final, por el contrario, es más concreto. No acostumbramos hablar sobre él, pero justamente esa ausencia de discurso es prueba de que existe. Mi lógica es sencilla: no hablamos porque le tememos y porque le tememos existe. Así de simple. Ocurre simplemente que lo postergamos. Alargamos la trayectoria. Inventamos nuevas metas o fijamos estaciones para no enfrentarnos con él. Y es que ante el punto final no tenemos posibilidad de triunfo. Una vez que llega no hay vuelta atrás. Encontrarse con él es como pisar una mina subterránea. Apenas levantes el pie esa mina va a explotar, no hay otro camino. Si lo encuentras estás quieto. Debes estar quieto. Ojalá satisfecho de todo lo anterior, aunque dudo que eso sea tan fácil. Podríamos buscar palabras más felices. Por ejemplo, decir que el hombre muere únicamente cuando no sabe unir el final con el principio, pero no me siento en condiciones de arrojar aquello como una verdad. Lo que sabe uno es poquito, después de todo. Y ni siquiera sabemos si nuestra comprensión puede transformarse en comprensión para los otros. Aunque claro… siempre queda la esperanza

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales