viernes, 18 de septiembre de 2020

Una relación frugal.


Dormimos en el auto nueve días, para ahorrar.

Luego, cuando ya habíamos ahorrado, vendimos el auto.

El dinero nos alcanzó para arrendar una cabaña, por un año, menos el verano.

Es decir, por nueve meses.

También ahorramos, esos nueve meses, comiendo y durmiendo exclusivamente en la cabaña.

Apenas llegamos, recuerdo, un viejo nos enseñó a hacer sidra, con las manzanas del lugar.

Hicimos -y tomamos-, exactamente sesenta y ocho litros.

Sé el detalle de todo esto pues ella me pidió que llevara las cuentas.

Yo lo hice en un cuaderno pequeño, que tenía pocas hojas y tapas de cartón.

Anoté, por ejemplo, que durante esos nueve meses, ella pintó exactamente doce cuadros.

Yo, en tanto, escribí cuatro obras de teatro que ahora ya ni recuerdo donde están.

Pasados los nueve meses, ella vendió sus cuadros y yo una chaqueta y unos libros, para regresar a Santiago.

Cuando llegamos, nos costó acostumbrarnos al calor. 

Estuvimos molestos esos tres meses, en Santiago, mientras seguimos juntos.

Ella pintó un par de cuadros, pero lo cierto es que ninguno de nuestros proyectos resultó.

Hablamos de eso varias noches hasta que decidimos separarnos.

Dividimos los libros y revisamos juntos el cuaderno de cuentas, comprobando que nadie debiese nada al otro.

Y es que hasta el sufrimiento nos ahorramos, podríamos decir.

No hubo despilfarro, entre nosotros.

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