lunes, 28 de septiembre de 2020

Kamikazes.


El número de pilotos voluntarios japoneses, destinados a lo que nosotros resumimos y entendemos bajo el concepto de kamikaze, era tres veces superior al número de aviones disponibles para esas maniobras. 

Hay grabaciones al respecto y están también los documentos oficiales, a partir de los cuáles se generó una lista donde aparecen sus nombres e incluso hay cartas de solicitud de algunos de ellos, para ser escogidos antes que otros. 

Leo sobre ello en un libro publicado hace pocos años en que se aborda dicho fenómeno e incluso se entrevista a un par de estos pilotos que, ya con más de 90 años, recuerdan ese momento y parecen incluso lamentar el no haber alcanzado a ejecutar esa última misión. 

Las nuevas generaciones desconocen la pureza del sentimiento de dar la vida por algo más grande y perfecto que ellos mismos, dice uno de estos pilotos. La vida de ellos es más vacía y pobre. 

También se mencionan algunos comentarios o reacciones de hijos o nietos que descubrieron el nombre de su padre o abuelo en la lista, y que desconocían que ellos se hubiesen ofrecido para tal maniobra. 

Mientras leo, lejos de cuestionar o analizar razones o sinrazones de todo aquello, observo las páginas con imágenes de la lista oficial de los voluntarios. Están en caracteres japoneses, pero de todas formas paso por cada uno de esos nombres e intento darles un sonido. 

Uno a uno intento darles un sonido, mientras observo las listas. 

La gran mayoría sobrevivió a la guerra y volvieron con sus familias, pero ese no es el punto. 

Prefiero quedarme con los nombres, simplemente, y dejarlo hasta acá.

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