martes, 22 de septiembre de 2020

Formas de mirar una corbata.


Un día me asusté mirando una corbata.

Primero me reí, por cierto, al verla colgando, en un ropero.

Me reí de mí y de la corbata, aclaro, en ese instante.

De lo absurdo de la prenda.

De la poca utilidad.

De ese algo al borde del disfraz y del ridículo, que tiene en el fondo la corbata.

Luego seguí mirando, sin embargo, y la sensación cambió.

El mismo absurdo, aclaro, pero ahora ese absurdo incomodaba.

Sobre todo, porque yo era parte de ese absurdo.

La corbata era mía, digamos, en principio.

Pero además, si uno busca, encuentra siempre otros agravantes.

Pensado esto, pasé a ser yo quien me sentía, prácticamente una corbata.

Colgado del mundo, por mi parte, igual que la corbata, en el ropero.

Y claro, la sensación de absurdo comenzó entonces a pasar de una cosa en otra.

Y fue así que el miedo se instaló, sin que lo viese venir, de un momento a otro.

Esa corbata basta para desarmar el mundo, me dije.

E imaginé que, si tiraba de ella, como de una hilacha, el mundo entero podía deshilvanarse.

Luego, pensé que la forma más fácil de alejarme de esa sensación era cerrar el ropero.

Sin embargo, no lo hice.

Seguí mirando la corbata hasta ver quien se rendía primero.

Como si mirara un precipicio miraba la corbata.

Como si mirase, ciertamente, un vacío sin fondo.

Con afecto, incluso... buscando comprender.

Hasta que el miedo se alejó, la observé.

Y el alivio trajo entonces algo similar a una sonrisa.

Y lloré un poquito, agradecido.

Y después seguí adelante.

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