viernes, 17 de junio de 2022

Tal vez haya un duende en mi jardín.


Tal vez haya un duende en mi jardín.

Ahora mismo, me refiero. En este instante.

Tal vez haya un duende en mi jardín y no lo sepa.

No hablo de un duende de madera, aclaro.

Ni tampoco de otro duende estático, de material indefinido.

Tampoco de greda.

Ni de cerámica.

Ni menos aún de yeso.

Un duende duende, digo yo.

No un enano.

No un niño pequeño.

Ni siquiera un duende muerto.

No un duende enterrado desde una época en que no viví, me refiero.

Eso tampoco vale.

Un duende vivo ahora, en mi jardín.

Tal vez haya un duende vivo ahora, en mi jardín.

Y yo no sepa.

Tal vez haya uno viviendo simplemente a solas, entre las plantas.

Dueño de una soledad que es en el fondo estar cara a cara, con el mundo.

Sí: tal vez haya un duende en mi jardín.

Y yo no sepa.

Y aunque no tenga jardín, incluso.

O no tuviera.

Tal vez siempre hay alguien dueño de la soledad que es en fondo estar cara a cara con el mundo.

Un duende, esta vez.

Tal vez.

Caminando libremente porque sabe, en el fondo, que el jardín no existe.

O que no permaneces, al menos.

Sí: tal vez haya un duende en mi jardín.

Tal vez.

Y no lo sepa.

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