martes, 28 de junio de 2022

No me hagas hablar.


No me hagas hablar.

Me duele hablar.

Igual que cuando tienes un daño en la garganta.

Una irritación, inflamación o hasta una herida abierta.

No me hagas hablar, te digo.

Mi garganta está bien, pero no me hagas hablar.

De igual forma no lo hagas.

Y es que me duele hablar, te digo.

Me duele decir hasta la cosa más mínima.

Desde hace un tiempo que es así.

Todo lo que digo roza con algo similar a un nervio.

Todo lo que digo no sabe existir fuera de mí.

Se aferra a mí, de cierta forma, para no salir al mundo.

Para no desmoronarse fuera.

Se niega, sin dolor, a existir para nadie.

Entierra sus uñas, en mí, para no salir.

No me hagas hablar.

No me pidas decir nada.

Ni siquiera el nombre, me pidas.

Nada de historias.

Nada de explicaciones.

Nada de sermones dichos porque sí.

Toda palabra es rezo y ya no hay dioses que contesten las plegarias.

Mi voz se daña cuando cruza el alambrado.

No me hagas hablar.

Por favor, no me hagas hablar.

Me duele hablar, es cierto.

Cada palabra es un jirón que me arranco a mí mismo.

No me hagas hablar, te digo.

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