viernes, 24 de junio de 2022

El verdadero puente colgante.


I.

El verdadero puente colgante no cuelga desde ambos extremos. De hecho, eso no es colgar, digo yo. Colgar es estar suspendido solo desde un extremo y que el resto, justamente, cuelgue. Así, el puente colgante sería aquel que solo está sujeto en un extremo mientras el otro extremo cuelga. Como una especie de escalera, digamos, sujeta desde una única posición. Eso es para mí un verdadero puente colgante.


II.

No se cruza el puente colgante. No el verdadero, al menos. Se desciende por él. Se baja, con cuidado. Ni siquiera se baja con seguridad, pues no sabemos si conecta necesariamente con otro nivel. De hecho, no debiese conectar si es un puente colgante. Debiese colgar, simplemente. Hacia la nada, colgar. En este sentido, debiese ser un desafío el puente colgante. Una forma de existir precaria. Un grito lanzado hacia un extremo que no vemos. Desde el extremo en que somos, me refiero. Desde el extremo en que estamos.


III.

El verdadero puente colgante no cuelga desde ambos extremos. Por eso, justamente se trata de un puente colgante. Alguien podrá alegar, por supuesto, que me centro en el adjetivo y dejo de lado que se trata de un puente y que entonces debiese unir dos extremos. Pero un puente es algo que en realidad, simplemente, te permite ir hasta otro sitio. No te lleva hasta él, exactamente. Y es en esa diferencia donde se funda la esencia del puente colgante. Es ahí, digamos, donde se fija su único extremo.

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