domingo, 15 de febrero de 2015

Los dioses no lloran estas cosas.



Las flores mueren y nacen,
pero yo envejezco.

Todo es justo.

Los dioses no lloran
esas cosas.

Se quiebra el jarrón.

Se agrieta la tierra.

No vale la pena
desgastarnos
poniendo nombres
a las estrellas.

Pasar por la vida
simplemente
como pasa el tiempo.

Eso dice el agua.

Eso dice el viento.

La corona del rey se oxida
y hasta el corazón se arruga
y después se seca.

Y es que uno tal vez
debiese reírse de estas cosas.

Tal vez…

Pero en cambio
aquí está uno
planchando camisas.

Aquí está uno
ordenando libros…

Aquí está un
corrigiendo pruebas…

¡Qué sé yo
lo que está mal
o lo que nunca lo estuvo…!

Ni los dioses saben
de esas cosas.

¿Saber…?

El mar inmenso debe estar sonando,
pero no lo escucho.

Hasta los mismos astros
cuando se mueven
deben estar sonando
y no los escucho.

El corazón de millones de hombres
está sonando…
y ya saben lo que ocurre.

¿Habrá entonces
que aguzar el oído?

¿Sabremos realmente qué hacer
si oímos aquello
que está sonando…?

Pues bien,
mientras tanto,
no hable usted de amor
si no ha aprendido
a escuchar estas cosas.

Así,
(tal vez)
llegará el día
en que no tendremos temor
de escribir en las lápidas
el verdadero epitafio:

Y cuando murió
sus manos se abrieron
y de ellas no cayó
absolutamente nada.

Pero claro…

Todo es justo.

Los dioses no lloran
estas cosas.

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