lunes, 8 de mayo de 2017

Los zapatos en el borde.

“Pero, ¿de qué sirve una vida nueva
si no nos transforma ni nos transfigura?”
J. M. C.

Siempre hay gente que viaja en un crucero.

Planifican su viaje.

Se embarcan felices.

Y hasta sueñan, sinceramente, con una buena experiencia.

Dentro de esa misma gente, sin embargo,
existe siempre un individuo
que no regresa de aquel viaje.

No por quedarse en el extranjero.

No porque se quede escondido en el crucero.

Si no más bien –dejando de lado el eufemismo-,
porque se arranca la vida, lanzándose del barco.

Generalmente ocurre de noche.

Sin testigos.

Sin intentos de rescate.

Sin discursos ni alguien que intente detenerlos.

Una vez hablé con alguien que me contó las cifras
y sobre cómo ocurren estas cosas.

De entre todos los datos que me dijo, sin embargo,
hubo uno que no logro dejar de recordar:

Y es que los que saltan del crucero
dejan los zapatos en la borde.

Uno junto a otro, me refiero,
los zapatos.

Ordenados.

Limpios.

A veces hasta con los cordones atados con una rosa
perfectamente hecha.

Y es que así son los zapatos de alguien
que se ha lanzado del crucero.

No se embarcó para eso, ese alguien,
es cierto,
pero se lanzó.

Como un homenaje, tal vez,
debiese haber un crucero que recorra las aguas
exclusivamente con los zapatos ordenados
de aquellos que se lanzaron
y desaparecieron
en medio del océano.

No sus nombres.

No sus vidas.

Basta y sobra con ese gesto.

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