miércoles, 3 de mayo de 2017

Piedras, otra vez.


I.

El plan consistía en estornudar, simplemente, en un lugar lleno de piedras.

Entonces, como esperaba, una de ellas dijo ¡salud!

No a un gran volumen, por supuesto, pero siempre hay una que no se contiene.

Y claro, queda ahí esa que habló, en medio de las otras, en silencio, y hasta cabizbaja.

Así, finalmente, uno puede acercarse y rescatarla, de entre las otras, para inventar represalias, y comenzar una nueva etapa de investigación.


II.

Treinta piedras reuní y comencé a buscar rasgos comunes.

Bordes filosos o curvos…

Tonos y dimensiones…

Y hasta maleabilidad…

Ninguna observación permitió realizar conclusiones tajantes.

Con todo, pasé años mirando esas piedras y pensando qué hacer con ellas.

Prácticamente no dijeron nada desde entonces.

Una pequeñita, apenas, que parecía suspirar ante cuadros de Chagall.

Y otra más grande que se cambiaba de lugar, cuando escuchábamos a Janacek.


III.

Pasó el tiempo y me encariñé con esas piedras.

No puedo confirmar que fue mutuo, pero al menos yo lo sentí así.

Tenía las treinta sobre el suelo, a un costado de mi cama.

Eso hasta que un día oía pequeñas voces, al despertar.

Estamos listas, dijeron entonces, sin que lo esperase.

Y claro, yo partí empuñando las más filosas, pues las creí con ganas, de cambiar el mundo.

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